Cumbre para una Europa incierta
La cumbre que hoy se celebra en Europa debería convertirse en un hito importante en este pedregoso y largo camino de salida de la crisis. Sin embargo, a uno se le antoja que el conjunto de informaciones que se van filtrando sobre algunas discrepancias entre los Estados miembros podrían generar problemas en el futuro, aunque es pronto para decirlo. Resultaría decepcionante, en todo caso, que la cumbre no dejara al menos un camino marcado, parecido a la expectativas generadas hace unos días, cuando la deseada conjunción de un posible acuerdo de austeridad fiscal y de una monetización contundente del BCE se veían más cerca que nunca. Ayer ya hubo un primer jarro de agua fría, ya que aunque el BCE bajó los tipos de interés y prolongó la barra libre de liquidez para los bancos, se mostró bastante tibio respecto a las compras de deuda soberana, como si no fuera su misión o competencia. Tampoco ayuda que la Autoridad Bancaria Europea también siga a la suya, cuando ayer mostró tan solo un ligero aumento de las necesidades estimadas de capital de los bancos europeos (de los 106.000 millones de octubre a los 114.000) y manteniendo a España como protagonista destacada de unas estimaciones que despiertan dudas.
Parecen resurgir los fantasmas que, a cada lado del tablero de juego, urgen por sus propias soluciones. De un lado, un eje representado principalmente por Alemania parece exigir dificultosos cambios de tratados y que se contemplen sanciones para los países que no cumplan sus compromisos fiscales. Por otro lado, los países con mayores problemas fiscales, con mayor o menor grado de aceptación de esas propuestas de sanción contingente, no entienden cómo no se genera un verdadero soporte europeo para reducir los diferenciales de deuda. Los dos lados siguen sin ofrecer un acuerdo y la pesadilla del círculo vicioso de desconfianza se repite. La falta de acuerdo, en todo caso, parece responder también a otros problemas de fondo sobre los que no existe consenso. En términos prácticos, en Europa sobra deuda y falta financiación y es necesario establecer de una vez por todas quién va a pagar la factura de esa deuda (el famoso burden sharing). Lo que aparentemente se ha tratado de hacer estos días es resucitar al casi muerto Fondo de Estabilidad Financiera Europeo (EFSF). Por un lado, han surgido rumores de que se podía aumentar su capacidad financiera desde la propia UE. Por otro lado, se ha considerado la posibilidad de que pueda emitir deuda no solo a largo plazo, sino también a corto plazo, lo que podría dotarlo de mayor flexibilidad. De momento, el EFSF sigue siendo un mecanismo débil. Tan solo un apoyo financiero decidido a este fondo y la posibilidad de ampliar aún más sus capacidades -por ejemplo, habilitándolo para comprar deuda bancaria- podría tener algún sentido para las urgencias de este momento. Entre otros aspectos, se discute además si el FMI debería tener un papel en este esquema de financiación europeo, si bien resulta poco entendible que se baraje la posibilidad de que ese rol pase por una financiación del BCE, porque parece añadir circularidad al problema (la autoridad monetaria europea poniendo fondos a disposición de la autoridad internacional que acude al rescate). Por si faltaban pocas complicaciones en este intrincado juego de corto y largo plazo, Standard & Poor's amenaza con rebajas de rating generalizadas en la eurozona, demostrando por enésima vez que sus calificaciones no suelen ser oportunas y no parecen coherentes con la situación de otros países con más déficit y deuda y menos crecimiento.
Con estas dificultades, Alemania y otros países centroeuropeos parecen estar ya más a la expectativa de una implantación temprana del instrumento definitivo que ha de reemplazar al EFSF, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM), que estará capacitado para adquirir deuda soberana emitida en mercados primarios. Eso sí, por pronto que se implante el ESM será difícil que en menos de un año esté en funcionamiento y eso es muchísimo tiempo. De nuevo, la pelota parece volver irremediablemente al tejado de un BCE que aún no parece dispuesto y que, además, parece precisar el permiso del núcleo duro europeo. En cierto modo, este núcleo encabezado por Alemania parece jugar de farol, como los entrenadores que ponen muchas pegas antes del partido para sacar ventaja, enfriando las expectativas para luego sorprender con un buen resultado. En anteriores cumbres no ha sido así pero ojalá que esta vez sí que lo sea.
Santiago Carbó. Director de Estudios Financieros de Funcas