Europa, ante el último asalto
Si hay una reflexión obligada hoy, con el comienzo de una reunión crítica para todos en Bruselas, es saber cómo hemos sido capaces, de forma gradual y en pleno uso de facultades, de acabar en una situación tan adversa como innecesaria. ¿Es posible que un problema de deuda de un país como Grecia se haya extendido como un virus y pueda arrastrarnos a un desplome de consecuencias impredecibles?
Entre hoy y mañana hay grandes probabilidades de que, para bien o para mal, este tema quede zanjado. Por si había escépticos, ahora ya sabemos de buena tinta que los debates teóricos sobre cómo reconciliar los altos niveles de interdependencia económica con la necesidad de tener leyes e instituciones eficaces para defender y gestionar mejor el interés público no son meros desvaríos intelectuales. También que la incapacidad para crear dichas leyes e instituciones se convierte en uno de los factores más problemáticos, ya que contribuye a intensificar aún más la crisis. En el caso europeo, los continuos ataques sobre Grecia desde el otoño de 2009 han mostrado cómo los flujos de capital especulativo pueden ser una fuerza tan desestabilizadora como fulminante para aquellos que no tienen la casa en orden. Ante esto, los países europeos han reaccionado con un liderazgo esquivo, muy poco convincente, con bastante verborrea sobre más integración, pero sin medidas firmes. En esa línea se ha hecho un esfuerzo inicial para prevenir, promoviendo la estabilidad mediante una mejor coordinación entre los países y así intentar que nuevas crisis sean menos probables.
Obviamente, dichas iniciativas no han sido suficientemente creíbles y los mercados siguen sin picar el anzuelo. ¿Cómo nos puede salvar la cumbre que empieza hoy?
Todo apunta a que la gravedad de la situación ya es, en sí mismo, un estímulo suficiente como para dar un paso adelante. La cuestión central va a ser la profundidad de ese paso cuando ya se han topado la crisis de confianza con la crisis de paciencia. El lunes, Merkel y Sarkozy discutieron una reforma exprés de los tratados. Esto, que a priori suena bien, puede esconder la trampa de siempre y, por eso, hay que estar atentos. La propuesta franco-alemana no es mala para empezar. Simplemente es un descafeinado de lo que le conviene a cada uno de ellos, no lo que le interesa a Europa ni lo que se creen los mercados. En otras palabras, sanciones a la francesa, es decir, entre amiguetes y sin instituciones comunes que supervisen y castiguen, y disciplina a la alemana; una alabanza al rigor de la austeridad sin estímulo en el horizonte. Tengo un afecto enorme por los dos países, especialmente por el segundo, por razones obvias, pero sinceramente no hay razones para pensar que no vuelvan a abusar de su posición dominante.
Por eso, hoy, países como España e Italia tienen una oportunidad excepcional para reforzar su vocación europeísta y, al mismo tiempo, proteger los intereses de todos. Por una parte, deberían demostrar que estar en primera línea no es simplemente apoyar lo que dice el dueto franco-alemán sino más bien promover normas e instituciones sólidas. Por otra, que hay que ir mucho más allá de lo que se ha propuesto hasta ahora. Esto es de enorme relevancia para España. Un marco de mayor estabilidad financiera tendrá consecuencias claramente positivas pero no solucionará sus considerables problemas de competitividad, aquellos que la década de dinero fácil ha ocultado y siguen muy lejos de solucionarse. Por ello, debe asegurarse de que durante los próximos meses se mueve hacia un compromiso más conveniente, que sea capaz de compensar su debilidad relativa respecto a otros países del euro. Eso difícilmente puede ocurrir si no es reclamando una unión fiscal que trascienda una simple coordinación presupuestaria más estrecha. Además, debe hacerlo desde una convicción muy clara. España ha cometido errores, como el haber permitido una barbaridad como la burbuja inmobiliaria pero, en total disconformidad con la moralina que se derrama estos meses sobre los países del sur, no es ni la culpable ni el origen de esta crisis, y siempre ha sido un socio estimado y leal en Europa.
No es malo que, en un primer paso para salir definitivamente de esta crisis, el sur se germanice un poco. Nos irá mejor a todos. Pero evidentemente no puede acabar ahí la historia. Se abren enormes oportunidades para todos si esta carta se juega bien. Europa no volverá a la situación en la que estaba antes de la crisis, sino a otra incomparablemente mejor.
Carlos Buhigas Schubert. Analista político y especialista en asuntos europeos