La próxima puede ser peor
La detonación de la crisis actual combinó el estallido de burbujas especulativas en distintos países con fallos graves en el sistema financiero. En Reino Unido se tomaron el tema en serio y crearon la Independent Commission on Banking (ICB), presidida por un prestigioso economista, sir John Vickers, para elaborar una propuesta de regulación que evite la futura repetición de los problemas bancarios. El informe de esta comisión, que ha sido bien acogido en círculos políticos británicos, propone separar, por una valla (ring-fence) de tipo normativo, la banca comercial de la de inversión.
A la parte situada dentro del círculo protegido, la banca orientada al consumidor y a las pymes, se le exigirá un fuerte colchón de capital (sugieren un 10% de puros recursos propios y entre un 7% y un 10% adicional de capital condicionado), mientras que a los bancos de inversiones se les pide únicamente que se financien con un porcentaje significativo de deuda susceptible de asumir pérdidas. El camino elegido es preocupante.
En primer lugar, la pura exigencia de capital, sin más, penaliza la concesión de crédito, tanto en cantidad como en precio. En este caso, discrimina injustamente a los consumidores y a las pymes, que se financian en la banca tradicional y soportarían el coste del capital adicional que se le pide a esta, frente a las grandes empresas que tienen acceso a los mercados financieros. En cuanto a la deuda capaz de absorber pérdidas que se impondría a los bancos mayoristas, habría que controlar los circuitos de venta, no vaya a ser que aterrice en fondos, que luego se agrupen en fondos paraguas, que acaben siendo vendidos a cualquiera.
El problema está en la base de la regulación propuesta: establecer barreras entre tipos de entidades. Acabo de citar un ejemplo de cómo pueden saltarse barreras, pero los sistemas son innumerables. La idea nos retrotrae 80 años, cuando en la Gran Depresión se debatía la regulación financiera y en Estados Unidos vio la luz la Glass-Steagall Act. Allí se consagró la separación en la que se insiste. El legislador suponía, y la comisión británica supone ahora, que los bancos de inversión no serían un peligro para el pequeño ahorrador, porque este trabajaba con los bancos comerciales. Esos bancos, los de inversión, dispusieron de más libertad y quedaron fuera del seguro de depósitos y de la supervisión del banco central, aprovecharon bien el tolerante marco regulador, innovaron y crecieron y pasó lo que pasó. No olvidemos que fueron ellos, con la complicidad de las agencias de rating, los que colaron hipotecas basura en todas partes. No olvidemos que fue Lehman Brothers, un enorme banco de inversión, el que quebró hace tres años y casi derriba el sistema financiero internacional.
Me temo que los miembros de la ICB, al analizar la situación de la banca, tenían una restricción mental previa: defender la posición de Londres como primera plaza financiera internacional. Su recomendación está pensada para pedir menos capital a las entidades que hacen de Londres una ciudad rica, más que para defender el bien común. Se han dado prisa en poner encima de la mesa de debate, que demanda coordinación internacional, una propuesta con aspectos positivos pero que está contaminada por intereses nacionales.
En línea con los planteamientos de los acuerdos de Basilea, debe exigirse más finura a los reguladores, para que valoren las muchas aristas que hay y pidan cantidades de recursos propios o equivalentes a todos los bancos, independientemente del apellido que usen, en función de los riesgos asumidos y de la calidad de los sistemas internos de control. Esto requiere, además de buena regulación, una estricta supervisión. Habrá que pedir también que las leyes de competencia, que para eso están, impidan, mercado a mercado, excesivas concentraciones en banca comercial, en banca de inversión, en agencias de calificación de riesgos y en firmas auditoras.
La ingeniería financiera se ha sofisticado mucho, poner verjas en el corral de las ovejas (los bancos de la esquina) para defenderlas de los lobos (los bancos en los rascacielos) es como poner puertas al campo. John K. Galbraith nos explicaba muy bien, en su librito Breve historia de la euforia financiera, cómo los grandes cataclismos económicos alumbran periodos de reflexión, penitencia y nueva regulación, para al cabo de 20 o 25 años olvidarse de todo y volver a crear las condiciones para otro lío. Con la dimensión que ya tiene la economía mundial, si lo que hacemos es volver a soluciones que están en la raíz de los problemas de hoy, la próxima crisis será peor.
Enrique Sáez. Empresario y economista