Ni sables ni sotanas. Calculadoras
Curas y militares solían asumir el poder en la Vieja Europa cuando faltaba o era barrida del mapa la clase política. Con uno de esos estamentos casi completamente profesionalizado y el otro en vía de extinción, ha surgido la estirpe de los tecnócratas, armados de calculadoras para aplicar programas de gobierno que no han sido refrendados por las urnas. Como sus ancestros de sotana y fajín, los robots del siglo XXI tampoco han dado un mitin en su vida ni han bajado a la calle a pedir el voto de sus conciudadanos, pero están dispuestos a "spingere un bottone", como dirían los Kraftwerk en su italiano germánico, para hacer un Gobierno.
Los tecnócratas ya tuvieron su momento de gloria en el mundo viejuno de las dictaduras, porque el autócrata de turno, militar casi por supuesto, desconfiaba de los políticos pero no tenía las competencias necesarias para gestionar un país. Ahora llegan a caballo de planes de ajuste impuestos por Berlín, diseñados por el FMI y ejecutados por el BCE y la Comisión Europea.
Lo que necesitamos son reformas, no comicios, jalea Bruselas. Y la suspensión cautelar de la democracia recuerda peligrosamente a aquella propuesta de Díaz Ferrán de olvidarse del libre mercado hasta que pasase la crisis.
Cierto que tanto en Grecia como en Italia se ha llegado a tan triste fin por culpa de los propios políticos, que claudicaron hace años de sus propias responsabilidades. En un caso, porque se instalaron en una cómoda alternacia bananera de caciques con distinto apellido. En el otro, porque la gerontocracia masculina abortó cualquier regeneración y cerró el camino a cualquier aire fresco, joven o femenino.
La podredumbre ha llegado a tal extremo que un aristócrata (en el sentido más anacrónico de la palabra) como Mario Monti y un banquero central (en el sentido más irresponsable del término) como Lucas Papademos surgen como solución única e ideal para nuestros males.
Ojalá sea así. Pero no habría que olvidar que los tecnócratas también se equivocan. Como comisario de Competencia, Monti cometió errores garrafales en el control de fusiones (hasta el punto de que una empresa francesa pidió una indemnización a la Comisión Europea) o con su vano intento de transformar el sistema de distribución del sector del automóvil (Bruselas ha dado marcha atrás una década después de aquel fiasco).
De Papademos habría que recordar sus 17 años en el Banco de Grecia, que llegó a presidir entre 1994 y 2002. Es decir, el período en que se trucaron las cuentas para que su país pudiera ingresar en el euro. Caben dos posibilidades: que el Banco no supiera nada, signo de incompetencia; o que estuviera en el ajo, signo de complicidad. En fin.