Una solución a la deuda resuelve el crecimiento
El atípico foro del G-20, en el que con el núcleo duro de los países más ricos de la Tierra se sientan representantes de países emergentes no necesariamente siguiendo un orden de capacidad económica, seguridad jurídica o nudo de civilizaciones, ha recalado en Cannes, en la vieja Europa, a proponer soluciones para una economía que tiene sus problemas capitales en el seno precisamente de Europa. Porque a la debilidad del crecimiento en las áreas más maduras del planeta, que será pasajera pese a tratarse de una prolongada recaída, hay que sumar la gravedad no calculada de la crisis de la deuda soberana. La falta de una solución rápida hace dos años, cuando surgió el problema, la ha convertido en una dificultad ingobernable, de magnitud creciente, y que amenaza con engullir a nuevos países y cuestionar la continuidad del euro. La construcción institucional de la UME está en la base del embrollo, tal como ha insinuado Barack Obama.
Un juego interminable de organismos encadenados, con distintos niveles de jerarquía y decisión, así como la necesidad imperiosa de someter al filtro democrático cada paso significativo, dificulta una solución rápida y enquista las dolencias. Además, el diseño del proyecto monetario, en el que no hay establecido un mecanismo de salida, en el que no hay régimen de sanciones reales para quien no se atiene a la disciplina fiscal, en el que la autoridad monetaria se encarga únicamente de vigilar la inflación, en el que hay un solo emisor de dinero, pero hay varios que emiten deuda, etc., compone un laberinto desconocido en la historiografía de la economía y la política que lo hacen, al margen de apasionante, poco manejable, y, como se ha visto ahora, en una fuente de conflicto económico permanente y contagioso.
Por ello, la cumbre de Cannes se ha limitado a cómo resolver la cuestión europea, la cuestión de la deuda europea, que sigue enquistada por la amenaza griega de cuestionar todo lo andado en los últimos meses, incluida la ayuda exterior que recibe para mantener el funcionamiento del Estado heleno, y que amenaza con extenderse a Italia. E Italia es cuestión mayor. La dimensión de su PIB y el volumen de su endeudamiento la hacen directamente irrescatable para las finanzas europeas, y, por ende, en una auténtica bomba atómica para la economía mundial si no se ataja a tiempo.
Por ello, y vistos los rodeos sistemáticos a los que el Gobierno de Roma somete a sus socios comunitarios cuando exigen reformas y ajustes fiscales, y a través del Fondo Monetario Internacional, se ha establecido ya un mecanismo de vigilancia que entenderá tanto de las cuentas como de las reformas económicas exigidas. La rebelión de Grecia se ha parado a tiempo porque está a punto de cerrarse una solución política interna, ya sea con un Gobierno de coalición o con un nuevo Gobierno en el que no está Yorgos Papandreu. Pero el escenario político italiano no es el mejor para practicar ensayos económicos cuando la presión de los mercados es tan elevada, con una prima de riesgo cada vez más cerca de los 500 puntos básicos, más allá incluso de la alcanzada por Portugal o Grecia cuando solicitaron su rescate, y con unos vencimientos a lo largo de los próximos meses que dan miedo.
Italia tiene un problema, del que parece alejarse España. Pero tiene un problema sobre todo Europa. Tiene poca justificación que el continente tradicionalmente más rico del planeta, allí donde está la mayor concentración industrial y de servicios que se conoce, genere desconfianza en sus acreedores y no logre establecer mecanismos para recomponer el crédito y la reputación que siempre tuvo en la comunidad financiera. Hasta hace cuatro días se trataba de un problema de recapitalización bancaria, y ahora, resuelta aquella, todo parece volver al punto de partida. Tiene razón Alemania cuando exige disciplina fiscal, porque sin ella no es posible mantener la estabilidad de una moneda. Pero hay que establecer un mecanismo quirúrgico que solvente la crisis de la deuda, sea un fondo lo suficientemente disuasorio para los especuladores o sea la monetización sin límite de la deuda por el BCE. Y, además, poner en común todas las reformas para recuperar el crecimiento de forma paralela en la zona, porque esa es la mejor medicina para los problemas fiscales de los distintos países que ahora tienen dificultades para colocar sus emisiones.