Sin el BCE, adiós al euro
Hace una semana se esperaba que la autoridad bancaria europea publicase el jueves las cifras sobre las necesidades de capital del sector para que el domingo se rematase el pacto del fondo de rescate, hoy, después de unas cuatro cumbres, seguimos esperando estos detalles, y quizá no lo sepamos. Cuanto más se reúnen los líderes europeos, más en desacuerdo están.
La coalición de centroderecha en Alemania sigue vetando la intervención del BCE. No se sabe, a estas alturas, si por miedo a perder las elecciones (que motivó el retraso del primer rescate griego y el contagio de la crisis, todo por unos comicios en Renania que la CDU, igualmente, perdió), si por miedo a que el dinero fácil del banco anime a los perezosos Estados del Sur a tirarse a la bartola (como si el BCE fuese un cónclave de banqueros irresponsables y manirrotos), o por una cuestión cultural donde se mezclaría una comprensión miope de la economía, el miedo atávico a la inflación que sufrió el país hace 90 años y una dosis nada despreciable de nacionalismo.
Pero muy fino tendrán que hilar los legisladores para evitar la decisión que Merkel no quiere afrontar: o interviene el BCE o se rompe el euro. Y la tardanza en asumir esta realidad (y esto no es solo cosa de Merkel, el resto de socios europeos no ha sido de gran ayuda) hará que el coste sea mayor. En 2010, tras meses de retrasos y contradicciones, se aprobó un fondo de rescate de 110.000 millones. En 2011 va a ser un fondo apalancado que superará el billón de euros.
El problema con el fondo de rescate es que el tercer y el cuarto mayor contribuidor al fondo son dos países susceptibles de ser rescatados, esto es, España e Italia. Entre ambos suman el 30% del fondo, una contribución superior al 27% alemán. Francia está en el 20%. Credit Suisse calcula que los compromisos asumidos han dejado el fondo con capacidad para emitir 182.000 millones y para garantizar otros 200.000. Cifras que se podrían reducir si el rating de Francia es recortado, y que no dejan mucho margen de maniobra, según los datos de Credit Suisse.
Más allá de la sopa de cifras, que dependerá también de la aportación de otros países, convencer al mercado que, esta vez, Europa ha encontrado una solución, no será tarea fácil. Y no solo por la complejidad del diseño, sino sobre todo por la experiencia acumulada. Desde 2010 los líderes solo se han puesto de acuerdo bajo presión extrema, y cuando dicha presión se ha aliviado, los pactos se han diluido. Hoy Alemania habla de su compromiso con el euro, pero se muestra dispuesta a romper la baraja si se mete al BCE en el ajo.
Una invitación a que el mercado vuelva a probar el umbral de dolor de la UE. Y una nueva dilación de la gran pregunta: o el BCE (y Alemania) pierde la virginidad y admite la necesidad de imprimir dinero, o se acaba el euro.