El barrio piensa por mí
La ciudad estará salpicada de dispositivos tecnológicos para captar, transmitir y procesar datos que faciliten la vida a los vecinos
Sensores de movimiento, minigeneradores de energía, baterías casi invisibles o de larguísima duración, la ciudad inteligente requerirá novedosos dispositivos tecnológicos que encontraremos, o intuiremos, a cada paso.
Sus paseos por el barrio serán diferentes, por ejemplo, por la luz, ya que la iluminación nocturna tendrá otro aspecto gracias a tecnologías como la led, que ofrecerán una luz más blanca y con mayores posibilidades de ser dirigida. Además, todas las farolas estarán conectadas bajo un mismo sistema de control que decidirá en cada momento la potencia de alumbrado más idónea, en función de las condiciones meteorológicas o la cantidad de gente o tráfico que circule por cada punto y en cada minuto.
Ese mejor alumbrado ayudará, incluso, a mejorar nuestra seguridad, ya que se podrá utilizar para que cámaras de vigilancia tengan una visión más clara en el caso de que se quiera supervisar una zona para detectar, por ejemplo, si una persona está siendo agredida.
Todo, gracias a sensores de presencia -los dispositivos más comunes en las ciudades inteligentes-, que captarán lo que ocurre a su alrededor y ayudarán a decidir la gestión de los recursos. Estos emisores serán casi invisibles, al contrario que los minigeneradores de energía que alimentarán las farolas. Así nos podremos encontrar luminarias que, a modo de sombrero, tengan minimolinos de viento, o placas fotovoltaicas capaces de obtener unos 500 vatios, más que de sobra para cubrir los 80 vatios de consumo medio por poste.
En realidad, toda la ciudad será una creadora de energía, utilizando parques, azoteas o subterráneos para situar pequeñas estaciones de cogeneración, eólicas o fotovoltaicas. Así se conseguirá que la generación más limpia se haga in situ, no teniendo que acudir al transporte de electricidad desde cientos de kilómetros. Además, la energía que no se consuma se podrá volcar a la red o almacenar en baterías.
Y es que el ahorro energético es el gran objetivo en las ciudades del futuro. La telegestión será clave, al permitir a consumidores y empresas analizar de forma integrada todos los datos y tomar decisiones. Por ejemplo, controlar de forma remota el encendido, apagado y gestión de todos los equipos eléctricos conectados y hacerlo, incluso, de forma remota con smartphones. Una red de sensores en despachos, pasillos y fachadas permitirá la operación inteligente en tiempo real de todos los elementos de los edificios: climatización, iluminación, agua, energía, gas, accesos, vigilancia, evacuación, protección antiincendios...
Otros nuevos elementos que estarán muy presentes en el paisaje urbano serán las estaciones de carga para los coches eléctricos. Aunque habrá electrolineras por toda la ciudad para enchufar el vehículo. Estos postes tendrán contadores que facilitarán la facturación de la recarga como los surtidores de gasolina.
¿Dónde localizar el puesto de carga más cercano? El móvil o la tableta nos lo dirán, y para que no estemos dando vueltas a la desesperada en busca de aparcamiento, una red de sensores en las calles localizará dónde hay plazas libres e, incluso, si determinada zona está o va a estar colapsada (mediante patrones de comportamiento se podrá predecir hasta una hora antes). El teléfono nos sugerirá que dejemos el vehículo en otro barrio y tomemos tal autobús, ya que llegaremos antes. Por cierto, que las nuevas baterías durarán 10 veces más que las actuales o, incluso, se habrán desarrollado dispositivos móviles que se recarguen con el contacto con el aire o con tan solo frotarlos.
Asimismo, será habitual que su ciudad tenga limitado el acceso en coche a determinados barrios. En ese caso, cámaras, sensores y dispositivos de radiofrecuencia detectarán su presencia y cogerán sus datos para pasarle el cargo.
Los autobuses también serán eléctricos y estarán equipados con una unidad de almacenamiento de energía especialmente eficiente. En cada parada se recargarán a sí mismos con la energía suficiente para llegar a la siguiente estación. Y todo en menos de 20 segundos, es decir, el tiempo que tardan en subir y pagar.
En cuanto a la circulación, nos encontraremos que los semáforos tomarán sus decisiones en tiempo real en función del tráfico, las incidencias o el volumen de peatones. Desaparecerán los discos con pulsador, ya que un sensor detectará si hay personas esperando para cruzar y, en caso de que no haya coches en la calzada, tampoco se pondrá verde el semáforo para ellos.
La eficiencia en el gasto también llega a la recogida de basura. Sensores en los propios contenedores permitirán controlar remotamente su nivel y optimizar la actividad, priorizando zonas con recipientes muy llenos sobre aquellos que aún no corren prisa.
¿Y para ahorrar agua? El riego de parques y jardines se decidirá según la temperatura y la humedad que registren los sensores. Así, si ha llovido, los sistemas de riego no se activan. Esos dispositivos también serán capaces de localizar la concentración de polen y avisarle, si es alérgico, para que evite la zona o, en caso de necesidad, indicarle dónde tiene el centro de salud más cercano o cuál está menos lleno, ya que la sanidad también busca una mejor gestión.
No tendrá que ir cada mes a que le prescriban sus medicamentos habituales, ya que sus datos estarán registrados para que el farmacéutico se los pueda dispensar electrónicamente; vaya al centro médico que vaya, conocerán sus antecedentes, al estar interconectados los expedientes de los enfermos, y los sistemas de detección precoz de epidemias evitarán colapsar los centros de salud. ¿Conseguiremos este mundo ideal?