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Columna
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23 de octubre de 2011: el día D de la canciller Merkel

No se confundan con el tono de estos días veraniegos de octubre. La próxima cumbre europea del 23 de octubre, acordada entre Merkel y Sarkozy hace unos días, quemará los últimos cartuchos para salvar la Unión Monetaria. Si de este consejo no sale la firme voluntad de sentar las bases de una solución duradera, la UEM continuará deteriorándose como ahora. Hasta que, en algún momento del próximo futuro, salte por los aires. Y, de tener lugar este desenlace, Alemania, junto a sus pequeños aliados (Holanda, Luxemburgo, Austria y Finlandia) mantendrían un euro fuerte y el resto, comprendida Francia, volvería a sus antiguas divisas.

Con ello se certificaría no solo el final de la UEM sino, probablemente, el del proyecto europeo. No en balde el debate sobre la Unión Monetaria y el de la Unión Europea vienen desarrollándose en paralelo desde los años setenta. Alemania comenzaría una andadura en solitario, libre ya de las ataduras franco-italianas que siempre la han frenado. Y la utopía paneuropea, unos Estados Unidos de Europa, dejaría paso a realidades nacionales muy distintas, y más preocupantes.

No es posible mantener por mucho más tiempo la situación actual. Las rebajas del rating de España del viernes, o las de Italia, las de la banca francesa o española, las intervenciones del BCE en los mercados de deuda, la mascarada del ajuste de Grecia y la troika yendo y viviendo, las amenazas del FMI, los crecientes problemas de Portugal, o las dificultades de Finlandia, Austria, Holanda y Eslovaquia para aprobar la reforma del Fondo de Estabilidad, dibujan un panorama caótico. Y con pérdidas muy notables en los valores financieros europeos, entre otros. Estamos jugando con fuego y, finalmente, nos vamos a quemar.

Por ello, la cumbre debe ser el inicio del final de esta crisis: o salimos reforzados, con una mayor integración política, financiera y económica, o tiramos hacia atrás de nuevo, hacia la fragmentación europea, que tan desastrosos resultados dio en el pasado.

¿Cuál sería un resultado positivo? Aquel que, sin solucionar la crisis, algo imposible de forma inmediata, sentara las bases para su superación en el medio plazo. De Merkel, que si se sale con la suya habrá que calificarla como canciller de hierro, esperamos varias cosas. Primero, que imponga ya una quita del 50% de la deuda griega, indispensable para resituar ese país en una senda de recuperación creíble. Segundo, que, para evitar los desastrosos efectos de esa quita sobre el sistema financiero europeo, sea capaz de poner encima de la mesa de la cumbre los fondos necesarios para su recapitalización.

Algunas estimaciones consideran que pérdidas potenciales del 50% para la deuda griega, y porcentajes de acuerdo a valores de mercado de la portuguesa, irlandesa, italiana y española, elevarían la necesidad de recapitalización del sistema financiero europeo por encima de los 200.000 millones de euros.

Estos recursos deberían proceder, parcialmente, del propio sector privado (más capital y beneficios retenidos), de los Gobiernos de cada país y, finalmente, del Fondo de Estabilidad. Tercero, dicho fondo, además, debe aumentar sensiblemente su capacidad de intervención, probablemente asegurando parte de las posibles quitas de deuda soberana, más que adquiriéndola en los mercados. Quizás, asegurando los mismos porcentajes que se utilicen en los nuevos test de estrés. Finalmente, acelerando el proceso de reforma de los tratados, con la puesta en marcha del fondo permanente a partir de 2013 y hacia la unión fiscal de los miembros del euro.

Pero no se equivoquen. Quita sustancial de deuda griega, recapitalización financiera, renovado fondo europeo hasta 2013, fondo permanente desde 2013 y reforma de los tratados son condiciones necesarias para mantener el futuro del euro. Pero no son suficientes. Como el día D en Normandía en 1944, una cosa es una cabeza de puente en la playa y otra ganar la guerra. Pero sin tomar Omaha no es posible avanzar.

Josep Oliver. Catedrático de Economía Aplicada (UAB)

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