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Tribuna
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Objetivo, salvar la eurozona

El recrudecimiento de la crisis en la eurozona es preocupante. Pero hay que evitar las comparaciones irresponsables que realizan algunos líderes políticos y analistas con la depresión de los años treinta. La tasa de paro en los Estados Unidos alcanzó el 25% en 1933, mientras que hoy se sitúa en un 9,1%. Además de perder su trabajo, sus casas y sus ahorros a raíz del crac bursátil de 1929, el aumento de la pobreza convirtió al Central Park de Nueva York en un campamento (Hooverville) de indigentes e indignados, una situación impensable hoy a pesar del aumento de la pobreza en EE UU. El crac provocó el colapso total del sistema financiero estadounidense, cuyos bancos retiraron sus inversiones en Europa, acción que desencadenó la hiperinflación en Alemania y una destrucción de la economía real que facilitó el ascenso al poder del fascismo en Italia, Alemania, España y Rumanía.

A diferencia de los años treinta, los depósitos bancarios están garantizados tanto en EE UU por el FDIC como en la Unión Europea. Sin embargo, la combinación de la lentitud y falta de consenso en la toma de decisiones a nivel europeo en relación con los rescates existentes (Grecia, Portugal e Irlanda) e hipotéticos (Italia, España, según el Fondo Monetario Internacional) de países de la eurozona, la disminución del ritmo de crecimiento de las economías desarrolladas y la inagotable capacidad de los especuladores de empeorar la situación nos han situado al borde de una situación equiparable a la de septiembre de 2008.

¿Qué pueden y deben hacer los Gobiernos y las personas para frenar esta espiral? En primer lugar, los Parlamentos de los países de la eurozona deben aprobar inmediatamente la ampliación de poderes y recursos del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera e introducir en sus constituciones la regla del equilibrio presupuestario, como han hecho Alemania y España. En segundo lugar, Merkel y Sarkozy deben poner en práctica las medidas que acordaron en su cumbre de mediados de agosto para armonizar la política fiscal y desarrollar la arquitectura de una gobernanza económica de la eurozona. Los líderes europeos deben evitar cualquier señal de falta de entendimiento que siembre confusión en los mercados. Esto significa que se mantengan los eurobonos como opción de último recurso, pero que países económicamente pequeños, como Finlandia y Eslovaquia, dejen de torpedear la armonización fiscal.

En tercer lugar, los líderes europeos deben concretar sus medidas con mayor celeridad. Cualquier aumento de impuestos a los más ricos (Italia ha decidido incrementarlos para rentas superiores a 300.000 euros) debe coordinarse al máximo para evitar la fuga de capital (legal e ilegal) a otros países de la UE y jurisdicciones más ventajosas. En cuarto lugar, Grecia debe recibir los 8.000 millones que necesita para cubrir sus gastos en octubre y evitar una suspensión de pagos y su precipitada salida de la eurozona. Seguidamente, el primer ministro griego Papandreu debe valorar si será capaz de aguantar hasta finales de año las manifestaciones y disturbios que se están produciendo en toda Grecia. En caso negativo, el FMI, el BCE y la Comisión Europea deben acordar y mantener -sin disputas internas- una posición común. Necesitamos un cortafuegos que evite el contagio de la enfermedad griega a los países de la eurozona que están tomando medidas duras y evitando protestas masivas (España, Italia, Irlanda, Portugal). En quinto lugar, los países miembros de la UE deben aumentar su competitividad y evitar una austeridad excesiva que provocará fracturas sociales debido a la disminución de servicios básicos.

En sexto lugar, la Comisión Europea debe crear ya una agencia de calificación de riesgo que compita con S&P, Fitch y Moody's. En séptimo, los ciudadanos de la UE y de otros países desarrollados deben exigir -después de informarse- a sus líderes políticos que favorezcan a los bancos cívicos que no especulan con el precio de los alimentos mediante contratos de derivados ni despiden a miles de empleados para deslocalizar su actividad a otros países. En octavo lugar, las medidas para restringir y prohibir las prácticas especulativas más perjudiciales deben coordinarse a nivel europeo como mínimo y preferiblemente a nivel internacional a través del G-20. De lo contrario, Reino Unido y los países desarrollados con una aportación sustancial del sistema bancario a sus respectivos PIB frenarán cualquier iniciativa del eje franco-alemán (motor tradicional de la integración europea) y el progreso alcanzado a nivel internacional mediante el proceso de Basilea III para conseguir que dentro de unos años todos los bancos con cierto tamaño deban mantener unas mayores reservas de capital respecto a sus activos. En noveno lugar, necesitamos mecanismos adicionales que frenen los desplomes excesivos de las Bolsas provocados por los sistemas informáticos. Y, finalmente, debe introducirse en la educación secundaria la asignatura de Economía.

Los Gobiernos, instituciones y personas deben tomar las riendas de la situación. De lo contrario, continuarán a merced de los especuladores.

Alexandre Muns. Profesor de Integración Europea e Instituciones Económicas Internacionales en la esci, Universidad Pompeu Fabra

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