Educación, calidad y coyuntura económica
No juguemos con la educación. No seamos frívolos, sino consecuentes, rigurosos y serios. La educación es el pilar esencial de una sociedad. Una educación de calidad es un reto complejo, difícil de alcanzar y por los resultados que de la calidad de la educación se infieren en el informe PISA sobre nuestro país, aquí estamos muy lejos de lograr siquiera una educación buena. Reforma tras reforma de las leyes de educación, el resultado es inequívoco y desolador. El diagnóstico es claro: fracaso. La excelencia como valor es algo hercúleo, ímprobo, pero copar los últimos puestos de este informe radiografía muy fidedignamente cuál es el estado de la cuestión.
No es esta una tarea que ataña únicamente a los gobernantes, al profesorado y al sistema educativo en general, con independencia de si el ámbito es estatal o local, público, privado o concertado. Es la propia sociedad la más afectada, las familias y sobre todo el alumno. Profesores de calidad y prestigio, rigor de un sistema que no puede permitirse el trampeo y el aprobado automático. Seriedad en los contenidos, eficacia en la exigencia. Replanteamiento quizás de los sistemas de aprendizaje y estudio. No importa el ámbito, escolar, bachillerato, formación profesional, universidad. Se dice que tenemos la generación más preparada de nuestra historia. ¿Preparada en qué, sobre qué?, ¿en ámbitos genéricos y de cultura abierta al conocimiento o sumamente específicos y profesionalizados? Hoy se habla incluso de implantar una educación de excelencia en algunas comunidades autónomas a través de la antesala del bachillerato hacia la universidad, de una escuela bilingüe emponzoñada si acaso en comunidades donde la lengua oficial trata de desterrar al castellano. Pero, ¿y los contenidos de las materias?, ¿y la exigencia de los mismos?
Salta a la palestra los recortes drásticos de gastos que las comunidades se ven obligadas a realizar. Cumplir con los objetivos del déficit exigen, requieren, impelen y obligan, mas ¿también con la educación?, qué decir de la sanidad. Galicia, Castilla-La Mancha, Madrid y Navarra adoptan medidas en esta dirección. Dialéctica y confrontación partidista y politizada. Pero la realidad es la que es y como es, lejos del capricho y la galbana intelectual. La política educativa no es un mero gasto más que se atempere al socaire de la coyuntura económica. No debe serlo. Lo que no impide racionalidad y eficiencia. Antes que reducir o al mismo tiempo que se están reduciendo gastos en este ámbito, desde el frío análisis y la optimización de recursos, incluidos los humanos, haríamos bien en buscar las causas del fracaso escolar, el nivel de exigencia, el grado de capacidad cualitativa y profesional en nuestros docentes, todos, desde primaria a la universidad. Incentivos y motivación. Cada vez llegan peor preparados los alumnos a la universidad, ¿salen realmente formados de esta?, ¿en qué hemos convertido la universidad?
Siguen, porque ya empezaron el curso pasado, los recortes; recortes a sueldos, a becas, a formación de profesorado, a la investigación. Cobran un particular dramatismo cuando estos ya afectan a cientos y cientos de interinos que ven ya peligrar su puesto de trabajo. Se exige en algunas comunidades dos horas más de docencia a la semana, retribuidas. Grito en el cielo de docentes y sindicatos. Movilizaciones al comienzo del curso, anunciadas y probablemente se desarrollarán. Pero, ¿qué será y está siendo de la educación?, ¿cuál es el grado de implicación y culpa de las comunidades autónomas en los resultados académicos, sobre todo allí donde la misma se nutre de munición ideologizada por la política? ¿Somos capaces de reivindicar una educación de calidad y eficiencia?
Hasta ahora, con desidia y dejadez, hemos permitido una situación agónica y deficiente. Es el progreso de un país, pero no lo hemos tenido en cuenta. No es hora de frivolidades ni de demagogias electorales. Llegan recortes, podrán ser más racionales o no, pero no podemos jugar con la educación. Presente y futuro dependen de ella. Afligen tiempos de tribulación económica, el dilema es si hacer o no hacer mudanza. O tal vez saber simplemente qué hacer y cómo hacerlo. No podemos seguir instalados en este adanismo conformista y pasivo.
Abel Veiga Copo. Profesor de Derecho Mercantil de Icade