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Tribuna
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¿Patriotismo fiscal?

O tal vez mero voluntarismo fiscal y tributario? Mientras en España el gobierno reflexiona sobre la recuperación del impuesto de patrimonio, coquetea con el de sociedades y pide adelantos a cuenta, habida cuenta además que las grandes empresas y sociedades son ávidas de grandes operaciones de reestructuración mercantil que mitigan y deducen la carga fiscal, en otros países destacados empresarios o directivos de grandes consorcios se ofrecen a pagar más impuestos para combatir la crisis. ¿Realidad o demagogia?, ¿hasta dónde llegaría esa ofrecimiento?, ¿por qué?

A comienzos de agosto empresarios italianos lanzaban su proclama nacional para comprar deuda italiana cuando la prima de riesgo se desbocaba y la especulación alcanzaba cotas rayanas con la locura. En España algunos empresarios compraron para vender y especular. Al otro lado del Atlántico Warren Buffett pedía al presidente norteamericano un aumento significativo de las tasas a los más ricos, un tributo excepcional. Pero ¿qué sucede o sucedería en nuestro país? La vicepresidenta del Gobierno y ministra de Economía se queja de soslayo, toda vez que su tiempo es ya de descuento y el análisis de su gestión no será positiva, aduciendo que nada conoce ni nada le ha sido comunicado en tal sentido. Sobra demagogia y también voluntarismo e inventos que no conducen a ninguna parte. Mayor presión fiscal ¿a quién beneficia?, ¿dónde estaría el corte, en el millón de euros, en los 100.000 euros como ya se barruntó hace unos meses por otro miembro del Ejecutivo? Y realmente, ¿cuánto supondría de ingreso efectivo, un 0,5% más?, ¿un 1%?

Solo la pasada semana el gobierno incrementó la presión y busca desesperadamente un mayor ingreso fiscal a través del impuesto sobre sociedades para las grandes empresas con volumen de operaciones superior a los 20 millones de euros aumentando el tipo aplicable en el cálculo de los pagos fraccionados en función de los distintos tramos millonarios entre 20 y 60 millones y a partir de esta cifra. Se limitan, además, y de modo temporal por el momento, la compensación de las bases imponibles negativas generadas por las grandes empresas. Las arcas están vacías, exhaustas. No hay ingreso. Y parece que vale ya toda iniciativa, toda idea, sea ajena o propia, exportada o importada como sucede ahora.

El viejo chauvinismo francés irrumpe en el debate. ¿Qué opinarán las grandes empresas de esta nueva y voluntaria presión fiscal? No hay tiempo para crear jurídicamente un nuevo tributo, especial y excepcional. No hay tiempo político hasta el nuevo gobierno, quién es renuente a todo incremento de impuestos, al contrario. Adoleciendo de una base jurídica sólida y creíble, pero sobre todo dentro de una mínima y razonable seguridad jurídica, esta propuesta no deja de ser un entretenimiento más de verano.

Es necesario afrontar una reforma fiscal, pero de arriba hacia abajo, lejos de arcanas ocurrencias. Es necesario además luchar contra la evasión y elusión fiscal. El fraude fiscal es tan manifiesto como la actuación maniatada de inspecciones que no pueden o no les permiten ir más allá. ¿Se acuerdan ustedes de aquellas 3.000 cuentas de españoles en Suiza y el fraude fiscal imperante? Veremos en qué queda realmente todo aquello, paralizada toda actuación penal, veremos si al final no es la propia Agencia Tributaria la que va a tener que resarcir el daño económico y moral a quiénes eludieron las normas fiscales. La crisis devora a la crisis, el endeudamiento y el déficit galopante asfixian las ideas y generan demasiadas estridencias. Se descubren panaceas que quizás no lo sean tanto, como la de fijar un umbral constitucional al gasto, al déficit público. Veremos cómo y dónde se sitúa y cuantifica, y qué sucede si se transgrede. En momentos excepcionales de crisis como la presente, todo es reformable, veremos cuando la misma se supere, que se superará. Los dictados de Alemania hay que cumplirlos, es la regla del juego, la llave que abre la puerta a la solvencia y a la liquidez.

¿Por qué ahora y no antes de tantas propuestas, ideas, regulaciones y fracasos? Hoy enjaezamos el demérito y el error, pero ayer despilfarrábamos sin límite. Estamos en puertas de una recesión, nos hemos contraído y estancado, el consumo no crece, las empresas no tienen crédito, y así un largo etcétera. Y de repente, los ricos de Francia y EE UU proponen un nuevo impuesto para ellos, sin más, y el poder político rehén y maniatado del poder empresarial y económico que mueve las palancas acepta dadivoso y condescendiente. ¿Por qué no una donación para inversión pública? Reflexionemos todos, no inventemos lo ya inventado.

Abel Veiga Cobo. Profesor de Derecho Mercantil de la Universidad Pontificia Comillas

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