_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pérdida de capital y crisis: la realidad del día después

Estos últimos días parece que el Apocalipsis se ha hecho realidad: las Bolsas y las materias primas se hunden, mientras la deuda de algunos cae a valores no contemplados desde antes del año 1999. Y se multiplican las comparaciones con el verano de 2008 que precedió a la quiebra de Lehman Brothers, anticipando que lo peor está por llegar. En suma, de golpe emerge la visión de un mundo que se precipita en la recesión, antesala de un largo periodo de estancamiento.

¿Qué ha pasado estas dos últimas, y trágicas, semanas? ¿Hasta qué punto es correcta esta visión catastrofista? Lo que ha sucedido es que los factores de riesgo que podían desencadenarse lo han hecho. Y lo han hecho de forma simultánea. Y, además, que los problemas de doble recesión han afectado a los Estados Unidos, con la contaminación mediática que ello implica.

La desaceleración manufacturera mundial estaba ya descontada en las previsiones de crecimiento para 2011, con una clara anticipación de una menor expansión en su segunda mitad. Por ello, ninguna sorpresa por ahí. China, India o Brasil continúan expandiendo de forma notable su Producto Interior Bruto (PIB), pero a un ritmo ligeramente menos intenso. Otra cosa es que el fuerte avance del crédito en algunos de esos países pudiera acabar en estallido de una posible burbuja. Y aunque ese temor existe, no parece que se encuentre entre los factores de riesgo que, hoy por hoy, están condicionando la histeria actual en que están inmersos los mercados.

Otro problema distinto son los Estados Unidos. Ahí, los signos de una marcada desaceleración eran evidentes desde el primer trimestre del año, y esas señales se han acentuado a medida que el ejercicio avanzaba: caídas en todos los indicadores inmobiliarios, lento aumento del empleo, tasa de paro por encima del 9%, reducción del output industrial o caída del crédito, entre otros.

Y ello con un déficit público superior al 10% del PIB, y una política monetaria ultra expansiva (entre octubre de 2010 y junio de 2011, la Fed ha comprado cerca de un billón de dólares de deuda pública). Y eso no es todo. La economía americana ha sido incapaz, desde el principio de la crisis, de recuperar un ritmo autosostenido de crecimiento, pese a unos apoyos fiscales equivalentes a casi el 50% del PIB y un aumento del activo de la Fed desde los 0,8 a los 2,4 billones de dólares. Pero que la deuda pública de los EE UU estaba en peligro, y que su crecimiento pintaba más bien mal, no ha podido sorprender a nadie.

Finalmente, la deuda pública en el área del euro y la tremenda secuencia de estos meses de julio y agosto. Ahí si que cabe admitir que lo visto excede lo que podía preverse. Y en este ámbito han sido factores políticos los que han acentuado la crisis. Y, más en concreto, la incapacidad del Gobierno italiano de hacer frente a la situación, hasta la llamada de atención de Angela Merkel y Jean-Claude Trichet la pasada semana, emergen como el principal catalizador de esa nueva fase de la crisis de la deuda soberana.

Pero hay que ir con cuidado. Y no confundir los problemas anglosajones con los del euro: aquí el crecimiento agregado, impulsado por Alemania, continúa siendo importante, aunque en España eso se note menos. El PIB del área debería crecer por encima del 2,5% este año, y Alemania en el entorno del 3,5%. Problemas conocidos, pues. ¿Por qué esta histeria? Porque, tras la tormenta perfecta que la conjunción simultánea de esos riesgos ha producido, los mercados han comenzado a interiorizar que las perspectivas de recuperación intensa, típica de cualquier crisis anterior, no son tales. Y que las perspectivas generadas desde los brotes verdes de 2009 hasta hoy, han dejado paso a una muy dura realidad. Y eso muestra que, tras una crisis financiera, la reparación de balances (privados y públicos) es un largo, doloroso y dilatado proceso de bajo crecimiento.

Finalmente, los mercados están entendiendo que hemos entrado en esa etapa que Bill Gross, el CEO de Pimco, calificó tan acertadamente de new normal: un periodo de bajos rendimientos, alta volatilidad, pérdidas de capital potencialmente elevadas y bajo apalancamiento. Bienvenidos al mundo post-crisis. Si más no, en Occidente.

Josep Oliver Alonso. Catedrático de Economía Aplicada (UAB)

Archivado En

_
_