Los mercados leen la cartilla al BCE
El vendaval desatado en los mercados tras la rueda de prensa del presidente del Banco Central Europeo (BCE), el francés Jean-Claude Trichet, debe servir para ilustrar sobre el riesgo que entraña confiar en malabarismos dialécticos y medias verdades como medio para insuflar confianza a unos mercados en ebullición. Trichet no hizo otra cosa ayer que recurrir al viejo gesto de intentar tapar el sol con un dedo y, como suele ocurrir en esos casos, no solo fracasó en su objetivo, sino que obtuvo como respuesta una verdadera tormenta solar. Si bien es cierto que en un primer momento las ambiguas palabras del presidente del BCE sobre una posible intervención en los mercados de deuda por parte de la institución fueron bien recibidas por los inversores -y produjeron una relajación momentánea de la presión sobre las castigadas primas de riesgo de España e Italia-, ese efecto positivo apenas se mantuvo el tiempo necesario para comprobar que tras el discurso había pocos mimbres. El rumor, no confirmado por el BCE, de que esa intervención se limitaba a los bonos portugueses e irlandeses hacía repuntar el diferencial de la deuda española otra vez por encima de los 400 puntos e impulsaba igualmente el de Italia. Los mercados de renta variable reaccionaron igualmente con virulencia. Los números rojos tiñeron los parqués de toda Europa, con pérdidas de 3,89% en el selectivo español -en su peor sesión desde junio de 2010- y caídas igualmente contundentes en París, Fráncfort y Milán. Wall Street, acosado también por el miedo a una recaída generalizada de la economía no fue una excepción, en una jornada bursátil rotunda y absolutamente aciaga.
Pese a que el presidente del BCE anunció en su intervención nuevas medidas de liquidez para la banca y confirmó, como se preveía, el mantenimiento de los tipos de interés al 1,5%, de su discurso se esperaba ansiosamente la confirmación de que la entidad había reanudado la compra de bonos que puso en marcha hace poco más de un año y que lleva 18 semanas paralizada. La falta de claridad de Trichet al respecto y su insistente negativa a confirmar o desmentir con firmeza algo al respecto hicieron el resto.
Más allá de la torpeza estratégica del BCE, lo que subyace en la ola de inestabilidad que en las últimas semanas golpea con fuerza los mercados es la profunda desconfianza de los inversores sobre el potencial de crecimiento de las economías. Desde la presidencia de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso reconocía ayer que las últimas medidas acordadas por los Gobiernos comunitarios no han logrado el efecto deseado sobre los inversores y que la crisis de la deuda ya no se limita solo "a la periferia de la zona euro". Con palabras propias de una emergencia epidémica, Barroso reclamó una ampliación tanto del actual como del futuro fondo de rescate europeo para asegurar que ambos "están equipados con los medios para tratar el riesgo contagioso". Pese a que desde Bruselas se reitera que no hay ninguna nueva operación de salvamento financiero sobre la mesa -en alusión a España e Italia-, la reticencia de los mercados a confiar no solo en la solvencia, sino en el potencial de crecimiento de la zona euro explican la razonable insistencia de la CE en reforzar las espaldas europeas.
Pero, como se encargó de recordar ayer el propio Jean-Claude Trichet al referirse a los deberes pendientes de cada uno de los miembros de la eurozona, es conveniente no perder de vista el hecho de que en todo drama cada actor tiene un papel y una responsabilidad que desempeñar. El financiero francés insistió en la urgencia de que los 17 Parlamentos nacionales de los países que comparten la moneda única ratifiquen cuanto antes las medidas adoptadas el pasado 21 de julio en la cumbre extraordinaria de jefes de Estado y de Gobierno, pero también reiteró la importancia de que algunos Estados hagan lo que todavía les queda por hacer: avanzar con más firmeza hacia el objetivo de consolidación fiscal, ahondar en las reformas estructurales y flexibilizar los salarios. Una cartilla que, no por repetida, deja de ser vital para aquellos que, como España, cargan con un extraordinariamente pesado plus de desconfianza.