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Sobre la burbuja de la educación universitaria

En los últimos meses, Peter Thiel, fundador de PayPal e inversor en Facebook, ha removido el debate sobre la educación universitaria en Estados Unidos y, por extensión, del sistema educativo. Sus ideas han aparecido recogidas en medios tan variados como The Economist, Tech Crunch o The Huffington Post. En medios especializados, hay también opiniones para todos los gustos. La visión libertaria de Thiel tiende a ser radical, pero sus ideas merecen una reflexión.

La crítica de Thiel consiste en que el sistema ha generado una burbuja que sobrevalora los títulos y la formación académica en detrimento del talento y de otras habilidades. Como resultado, los alumnos pagan un alto precio por la matrícula, se endeudan antes de licenciarse a costa de reducir su capacidad de invertir capital en proyectos emprendedores y se sobrevalora la recompensa que se obtiene. Según su argumentación, si la educación universitaria se convierte en un servicio de lujo al servicio de las elites es porque el valor no reside en la educación en sí misma, sino en la capacidad de crear redes sociales y garantizar un futuro mejor. Si no es por esta razón, Harvard podría crear 100 filiales en todo el mundo y expandir su negocio.

¿Dónde está la burbuja? La deuda que cada alumno contrae antes de acabar los estudios universitarios alcanza la cifra de 22.900 dólares de media, un incremento agregado del 47% durante la última década. Si el ritmo de crecimiento de la deuda se mantiene y los alumnos sólo garantizan su pago con los “mejores” empleos que conseguirán como graduados, ¿qué pasaría si la crisis se alarga y no se pueden pagar los créditos contraídos? La hipótesis es arriesgada, pero tiene fundamento.

¿Cuál es la propuesta de Thiel? Abandonar el sistema actual y crear un modelo alternativo de educación centrada en los emprendedores. Con este motivo, a través de su fundación, ha creado el programa “20 Under 20” (quiénes son) que tiene como objetivo el impulso de proyectos científicos y técnicos, fomentar el emprendimiento y dar sustento a nuevas compañías de base tecnológica. Durante un periodo de dos años y con una dotación de 100.000 dólares los becarios podrán desarrollar su proyecto en campos como la biotecnología, la economía, la energía o la robótica.

En mi opinión, las ideas de Thiel responden al modelo universitario estadounidense, pero no encajan en el sistema público europeo. Los problemas que describe son ciertos y no se pueden obviar. Las políticas educativas han multiplicado el número de alumnos y de centros, pero ni siquiera el problema es tan nuevo. La tribuna Lexington, en The Economist, bromeaba con la “actualidad” del asunto refiriéndose a un reportaje de 1976.

No cabe duda de que el sistema está en proceso de cambio y que la propuesta de Thiel, sean nuevas o no, tendrán eco. Habrá que ver cómo se redimensionan las universidades y a qué precio. De momento, la única pista que tenemos es la subida de matrículas en Reino Unido. Veremos qué sucede en España.

En cualquier caso, su enfoque acierta en el análisis económico, pero minusvalora la función investigadora básica, la capacidad de crear redes de iguales entre futuros profesionales, su actividad certificadora del conocimiento mediante la expedición de títulos y diploma, así como otras externalidades positivas en la vida política y social del entorno donde se incardina. Además, es una vía probada para el ascenso social y la integración de minorías. La Universidad (así, con mayúsculas) es algo más que una expendedora de títulos. Debería ser el espacio (y el tiempo) dedicado a formarse tanto en la dimensión profesional como en la humana. Es el tiempo de leer, de viajar, de tener menos compromisos de horarios y reuniones, así como de experimentar y probar sabores e ideas. La pregunta que los gestores académicos tenemos que responder es si estamos en esto... o no.

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