No hay plazo que no llegue...
Ni deuda que no se pague. Eso dice el refranero. Y según como se mire podríamos extrapolarlo al futuro que le depara a las cuentas públicas de Grecia. Hace poco más de un año la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional acordaron un plan de ayuda a Grecia por 110.000 millones de euros a cambio de que el Gobierno heleno acometiera un programa de duros ajustes que recondujera los enormes desequilibrios presupuestarios que azotaban su economía.
Pasado este tiempo Grecia no ha cumplido con sus compromisos y ahora que Europa se debatía entre revalidar o no un segundo rescate, de momento ni siquiera está clara la concesión del último tramo de 12.000 millones correspondientes al primer programa y que Grecia necesita inevitablemente para afrontar los distintos vencimientos y obligaciones que se le avecinan en las próximas semanas.
A pesar del acuerdo al que llegaron Merkel y Sarkozy el pasado viernes sobre la implicación voluntaria que tendrían los acreedores privados en el presunto segundo rescate, las negociaciones dentro del Eurogrupo permanecen bloqueadas.
Como vemos, la evolución de este nuevo episodio de crisis griega pivota sobre dos grandes temas:
En primer lugar, del grado de consenso político en Grecia que permita ahondar en los planes de ajuste y poner en marcha el programa de privatizaciones que de alguna manera sirva de aval a los préstamos concedidos. No falta complejidad en este punto dado que los políticos griegos tienen todo el derecho a creer que pueden seguir tensando la cuerda sobre las condiciones pactadas con la UE y el FMI, atendiendo al malestar social que han provocado entre sus ciudadanos los últimos recortes sociales; y de puertas hacia afuera, al tener en cuenta que un posible default pondría en serios apuros al sistema financiero en su conjunto.
En segundo lugar, el otro punto crítico es el que determinará la proporción de acreedores privados que satisfagan tanto las pretensiones de Alemania como la contención del riesgo de crédito entre los tenedores de bonos griegos. Ya que si finalmente se produce una reestructuración de la deuda o se da con la fórmula que incentive a participar de forma explícita en los fondos de ayuda a Grecia, las agencias de rating tomarán nota de ello.
Lo que se pretende en última instancia no es evitar un default de Grecia porque sí, sino ganar tiempo para que las entidades financieras que lo necesiten puedan ir provisionando y reforzar sus balances hasta que sea poco más que un trámite digerir las potenciales pérdidas asociadas a los bonos de gobierno periféricos. Además, ganar tiempo para que países con un riesgo evidentemente sistémico como el nuestro, puedan distanciarse holgadamente del pelotón de los de solvencia dudosa. Por ello, los desórdenes que estos días presenciamos en torno a la política europea nos alejan de estas pretensiones y acentúan el riesgo de contagio a España.
Javier Rincón Gómez. Analista de inversiones de JB Gestión Patrimonial