Anatomía de una propuesta (fallida)
La Unión Europea había recomendado a España que realizase reformas en su marco fiscal y de Seguridad Social. En concreto, proponía rebajar las cuotas de Seguridad Social a cargo de los empresarios, y para compensar la recaudación perdida aumentar los impuestos indirectos (IVA o energéticos). Este planteamiento pretendía ser el sucedáneo de una devaluación, ya que las empresas serían más competitivas por la disminución de sus costes de Seguridad Social. Por otra parte, al aumentar la imposición sobre el consumo, este disminuiría, lo que implicaría una disminución de las importaciones. Ahora la Unión Europea ha retirado su propuesta, pero solo por falta de viabilidad, no porque no hiciese falta una devaluación, que no podemos hacer.
En principio, sobre el papel, la música sonaba muy bien, aunque la propuesta se ha caído porque prácticamente nadie la ha apoyado. En primer lugar, no es nada sorprendente que si uno no es empresario, la propuesta le pareciese mal porque simplemente nos aumentarán los impuestos y lo pagaremos todo más caro. Una propuesta de este tipo trasladaba rentas hacia los empresarios, especialmente aquellos que tienen muchos trabajadores en nómina, lo que supone un coste en términos de equidad del sistema.
Lo que resulta chocante es que los empresarios estuviesen ahora en contra de un planteamiento que muchos de ellos han defendido, y que contaba con el aval de sus think tanks, como el Instituto de Estudios Económicos o Fedea. Una primera respuesta es la falta de matices de la Unión Europea. Por ejemplo, una subida de los impuestos sobre la energía, con el petróleo en niveles muy elevados y el euro cayendo frente al dólar, es un golpe directo a la competitividad de la empresa española. Esto aún se acentuaba más porque la empresa española consume más energía (especialmente derivados del petróleo) que sus homólogas europeas por unidad de producto: somos más ineficientes.
Aun así, descartando los especiales y centrándonos en el IVA, ¿por qué ha habido tanta resistencia? Esencialmente por dos razones. En primer lugar, por la extrema debilidad del consumo. En estas condiciones, muchas empresas, ante la subida del impuesto, tendrían que mantener precios, lo que las pondría en una situación muy complicada por la erosión de márgenes que supone. Por otra parte, en la actual situación de las finanzas públicas, muchos empresarios creen que la subida del IVA se implantaría automáticamente, mientras que la rebaja de cotizaciones se pospondría indefinidamente. Esa impresión la consolidó el miércoles el Banco de España recomendando una subida del IVA, por supuesto sin rebajas de ningún tipo en otros ingresos públicos.
Con este panorama, no es extraño que la vicepresidenta Salgado hubiese zanjado la cuestión señalando que la propuesta de la Unión Europea funcionaría en otros países (de hecho ha funcionado, por ejemplo, en Dinamarca), pero no funcionaría en España. Aunque estos comentarios han sido duramente descalificados por economistas y analistas políticos, creo que la vicepresidenta tiene razón. Lo que funciona en países que tienen un mercado de trabajo eficiente no funciona necesariamente en España.
En principio, una reducción de las cotizaciones sociales disminuye el coste por trabajador empleado. En igualdad de condiciones, las empresas serán más competitivas y contratarán a más trabajadores. Sin embargo, si en la negociación colectiva los empleados aumentan sus salarios, la ventaja se esfuma. ¿Puede ocurrir? Es bastante probable. La mayoría de los convenios están indexados a la inflación. Si el aumento del IVA se traduce en mayores precios, esto implicará, de forma automática, mayores salarios de convenio. En estas condiciones, ni se gana competitividad ni aumenta el empleo.
Aunque la idea de la Comisión Europea tenía lógica económica, no atacaba la raíz de los problemas de la economía española. Nuestros problemas económicos derivan del mal funcionamiento de los mercados, singularmente de trabajo, de crédito e inmobiliario. Este mal funcionamiento se traduce en que no se ajustan precios sino cantidades. Ante una caída de demanda, no disminuye el precio de las casas, sino que se dejan de vender. Ante una restricción de créditos, no se sube su tipo de interés, simplemente se dejan de dar créditos. Por último, si las empresas demandan menos horas de trabajo, no bajan los salarios, simplemente se despide a mansalva.
Francisco de la Torre Díaz. Secretario de la Organización Profesional de Inspectores de Hacienda