Los duros a cuatro pesetas de Rajaratnam
Utilizando la analogía del comprador de un coche usado, Carl Sagan escribió hace ya unos cuantos años su elogio del escepticismo. "Si no empleas un mínimo de escepticismo, si posees una credulidad absolutamente destrabada, probablemente tendrás que pagar un precio tarde o temprano. Entonces desearás haber hecho una pequeña inversión de escepticismo con anterioridad'. En el mundo financiero, con multitud de coches usados en venta, el escepticismo debería ser ley, mas una vez tras otra los inversores caen en trampas de las que se habrían librado solo con una mirada desapasionada.
Uno, de natural, tiende al escepticismo. Especialmente sobre las cosas que ignora. Por eso, cuando se habla de 'alfa' en el mercado financiero, tiende a sospechar. Alfa el rendimiento que un gestor obtiene por encima del mercado, independientemente del comportamiento de éste, rendimiento al que hay que añadir el efecto (positivo o negativo, multiplicador o reductor) vinculado el mercado, llamado beta.
Rentabilidades sistemáticas por encima del mercado, riesgo controlado, relativa liquidez y plazos cortos de maduración son cuatro características que no deberían confluir con demasiada frecuencia. Y la crisis ha sido especialmente dura para muchos gestores de hedge funds que ofrecían esta combinación. Primero cayó el castillo de naipes de la titulización hipotecaria en Estados Unidos. Quebró el sistema bancario en la sombra y los activos que ofrecían rendimiento y rating triple A pasaron a ser tóxicos y no tener rating.
Después cayó otro yacimiento de alfa (es el lenguaje que se usa en el sector). Los rendimientos sistemáticos de Bernard Madoff resultaron ser fruto de una clásica estafa piramidal, en la que cayeron las más reputadas casas de inversión, algunas de ellas españolas. La retirada de fondos derivada del crac subprime descubrió el pastel.
La caída de Ram Rajaratnam pone al descubierto otra fuente de rentabilidad que no es como nos dijeron, y no será el icono de una época de excesos y engaños en Wall Street (al estilo de Michael Milken o Frank Quattrone) porque, desgraciadamente, hay muchos y mejores candidatos. El alfa de Rajaratnam era la información privilegiada que le pasaba su red de contactos en Wall Street. "He oído de alguien en el consejo de Goldman que los beneficios serán dos céntimos inferiores a lo previsto", comentó un día antes de los resultados del banco.
Para el inversor, la lectura es clara. Cuando un negocio parece demasiado bonito para ser verdad, suele serlo. Gestores con varita mágica hay pocos, y solo con mucha suerte y aún más paciencia un profesional puede proporcionar rendimientos. Y el riesgo no es una medida matemática salida de una compleja ecuación, sino la posibilidad de perder la inversión.
La segunda lectura del caso Rajaratnam, no menos importante, es cómo se ha larvado la condena al gestor. Las autoridades investigaron a Rajaratnam antes de que cometiese sus crímenes. Como decía Juan Ferández-Armesto, en los casos de información privilegiada solo se atrapa al novio de la secretaria. Los profesionales se ocupan de dejar menos pistas. En teoría, claro, pues en las mejores familias hay ovejas, además de descarriadas, torpes. En el caso Rajaratnam, el FBI puso al sospechoso bajo escucha, a la espera de pruebas incriminatorias del delito, y utilizó el testimonio de otros implicados para incriminar al jefe. Más o menos lo que se hace con otros delitos, para regocijo de los fanáticos de series como The Wire.
Claro está que sería sorprendente que la pujanza con la que las autoridades han combatido el fraude se mantuviese en el tiempo. Matt Taibi, azote de Goldman Sachs en Rolling Stone, señala que Rajaratnam o Madoff son "criminales cómicamente excesivos que nada tienen que ver con la corrupción sistemática instalada en el sistema".