Sociabilidad sucedánea
El consumo masivo de bienes de todo tipo que se extendió por el mundo desde los años cincuenta ha alcanzado ahora a las relaciones sociales. Gracias a las tecnologías digitales y a internet nos hemos convertido en seres hiperconectados. El ámbito de nuestras relaciones posibles ha pasado de unas pocas decenas de personas a cientos o miles. Los nativos digitales no aprecian el cambio experimentado, pero los que vimos nacer todos estos desarrollos sí lo hacemos. Las interacciones digitales por pantallas (lo abreviaré en IDP) que aparecieron como una clara ampliación de nuestras posibilidades de relación podrían estar ahora incluso sustituyéndolas.
Necesitamos prestar mucha atención a este fenómeno porque está en el núcleo de las nuevas formas de las dinámicas sociales (relaciones e intercambios de todo tipo), políticas (conformación de movimientos ciudadanos, convocatorias a la acción y diseminación de mensajes), económicas (publicidad e intercambios comerciales) y psicológicas (las veremos después). Si el consumo de objetos creaba adicción, el de relaciones la crea en mayor medida. Las necesidades de sentirse aceptado por los demás, de evitar la sensación de soledad y de poder exhibir el éxito social son básicas en los humanos. Las IDP permiten cubrirlas de manera inmediata, en todo momento y de modo continuo pero, curiosamente, no las sacian nunca (al igual que la sacarina no puede saciar la necesidad de azúcar), cada nuevo mensaje encierra la promesa de una novedad. Es mucha la gente que consulta continuamente sus pantallas para comprobar si hay nuevos mensajes en el muro, si han recibido un SMS o algunos de sus seguidores les dan una señal de apoyo. Casi simultáneamente teclean mensajes que serán enviados a un universo de posibles lectores, de los cuales solo una mínima parte son conocidos, gente que pueda importarles de verdad y no conceptos planos asociados a un nick (de hecho, los mensajes podrían provenir de un robot). El bienestar al final del día puede venir determinado por los mensajes recibidos.
Ya se identifican patologías asociadas al uso compulsivo de las IDP, personas que necesitan consultar sus dispositivos permanentemente y que han sustituido las relaciones sociales auténticas por intercambios digitales. Ello sugiere la necesidad de adoptar ya las medidas educativas necesarias para que los nativos digitales puedan poner todos estos nuevos medios a su servicio y no convertirse en sus víctimas. No se trata de evitar el cambio, se trata de encauzarlo pues, en el caso de las IDP, sus efectos pueden ser trascendentes.
Los niños construyen sus esquemas del mundo a partir del contacto real con sus padres, con sus compañeros de guardería y colegio. Les oyen hablar, ven sus gestos, observan la coherencia entre su lenguaje y sus actos, reciben de ellos, y les dan, mayor o menor afecto y pueden asociarlos con emociones genuinas. En sus mentes esas personas tienen profundidad experiencial. Es en base a las relaciones reales como aprendemos a resolver conflictos, a conocernos mejor y afianzar nuestro autoconcepto gracias a lo que nos dicen de nosotros, a tener paciencia, a cooperar, a ponernos en el lugar del otro (empatía), etc. Todas estas competencias están en la base misma de la vida en sociedad.
¿Qué ocurrirá con estos mecanismos si los niños, a partir de los 8 o 9 años, comienzan a hacer de las IDP el medio de relación predominante? No lo sabemos, las preguntas son muchas: ¿serán los individuos más egocéntricos en el futuro inmediato? ¿Perderemos la capacidad de resolver conflictos o se mejorará (al haber menos emociones implicadas)? ¿Estaremos, por el contrario, creando un mundo con individuos más cosmopolitas, flexibles y ávidos de diversidad? ¿Se limitará la profundidad del campo atencional aminorando la capacidad de analizar temas complejos? ¿Se ampliará su anchura permitiendo realizar múltiples actividades simultáneamente? ¿Nos volveremos más perezosos para afrontar las dificultades propias de las relaciones reales (en el mundo de las IDP todo se puede solucionar tecleando letras o borrando de la memoria)? ¿Perderemos parte de nuestra capacidad de imaginar al decrecer la lectura reflexiva? Estas son algunas de las preguntas que cabe hacerse acerca del fenómeno de la expansión de las IDP pero, con todo, reconozco que lo que me parece más inquietante es cómo pueden afectar a los patrones de relación entre las personas, a su solidez y calidad y a las estructuras de la personalidad.
Las relaciones basadas en IDP son triviales con frecuencia, su vida puede ser muy efímera: un seguidor de ayer pasa a mejor vida oprimiendo la tecla de borrar. Las relaciones sociales así trabadas conducen más al ensimismamiento que al intercambio auténtico pero, simultáneamente, expanden nuestras posibilidades de contactar. Los educadores y los padres tienen que tomar en cuenta todos los escenarios posibles en su tarea formativa y asegurarse de que de las futuras generaciones sean sabias en el uso de la tecnología, haciendo de ellas un medio para convertirlos en mejores personas y ciudadanos.
Juan San Andrés. Psicólogo y director de Recursos Humanos de Gómez Acebo & Pombo