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Tribuna
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El gigante chino, en la encrucijada

La vistosa estética de las asambleas populares chinas que tienen lugar cada mes de marzo ha vuelto a provocar la atención de los medios occidentales. Además, como cada cinco años, se produce la aprobación de un nuevo plan quinquenal, el XII Plan (2011-15).

En la presentación del plan los líderes chinos han vuelto a señalar la necesidad de corregir los desajustes sociales, medioambientales y económicos generados por el crecimiento desmedido durante casi tres décadas. Este año, sin embargo, la trascendencia del evento es mucho mayor. El régimen se enfrenta en los próximos años a un relevo generacional en un momento en el que los desequilibrios internos exigen una respuesta firme y con un estatus de potencia global recientemente estrenado, que demanda nuevas responsabilidades.

Lograr una sociedad armónica a través de un crecimiento equilibrado se ha convertido en la bandera de la generación de líderes encabezada por Hu Jintao y Wen Jiabao. El camino pasa por lograr reducir la dependencia del crecimiento basado en las exportaciones y la inversión: un patrón de crecimiento más sostenible en el uso de los recursos y más equitativo. Pero los dirigentes chinos, si de algo no pecan es de ingenuidad y son conscientes de que transformar un país, en el que todavía más de un tercio de la población vive en el campo y con una renta muy modesta, exige seguir cebando la maquinaria del crecimiento económico.

El mandato de Hu y Wen ha coincidido con el periodo de mayor esplendor del modelo de crecimiento chino, en el que se han visto más que triplicado el PIB y la renta per cápita y China ha logrado convertirse en la primera potencia exportadora del mundo. Pero ha sido también un periodo en el que los desequilibrios se han hecho más visibles. Los líderes nacionales no gozan de un poder absoluto desde Pekín y están obligados a vencer poderosos intereses regionales y sectoriales. La importancia y poder de esta resistencia se ha podido comprobar en la contundencia con la que la maquinaria china fue capaz de responder a la crisis y lo precavida, sin embargo, que está siendo la estrategia de salida.

La dinámica del modelo de crecimiento exige comenzar ya las reformas y no seguir confiando en la inercia. El juego de la demografía y la explosión de las clases medias requerirá de mayor gasto e infraestructuras sociales. Las empresas se enfrentarán a un escenario de costes crecientes y la inflación se anclará en un nivel estructural superior. Ya se han producido las primeras señales de estos cambios: las huelgas extendidas por multitud de factorías o la creciente manifestación popular -especialmente en internet- en contra de los precios de los alimentos y de la vivienda, y en contra de la corrupción y la desigualdad.

La crisis ha hecho que China se enfrente a un escenario de menor crecimiento estructural para sus exportaciones y que deba asumir un nuevo rol en la gestión de la economía global. La probablemente errónea -por innecesaria- decisión de paralizar la apreciación nominal del renminbí ha acrecentado los recelos proteccionistas. China debe ser consciente -probablemente lo es- de que juega un papel trascendental en la corrección de los desequilibrios globales. El resto del mundo se ha beneficiado, pero también ha digerido razonablemente bien, la emergencia de China en los mercados internacionales en detrimento del resto de países desarrollados y emergentes.

El éxito de las políticas de reforma que recoge el nuevo plan quinquenal puede apoyarse en diversos elementos que juegan a su favor. En casa cuenta con un amplio apoyo social y con la tranquilidad de que el proceso de urbanización -verdadero motor de crecimiento interno- todavía dispone de combustible para unos cuantos años. Por otro lado, el país podrá usar la posición de liderazgo alcanzada en el mercado de las exportaciones mundiales, con escasas alternativas en el medio plazo. Pero para que esta adaptación sea más dócil, el gigante asiático tendrá que ofrecer determinadas contrapartidas, que le obligarían a embarcarse en una nueva oleada de políticas de apertura, especialmente, en el sector servicios.

Solo el tiempo dirá si la respuesta ofrecida por la clase dirigente china ha estado a la altura y es capaz de exhibir el poder de adaptación que le ha venido caracterizando.

Carlos Pascual Pons. Consejero económico y comercial de España en Shanghái

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