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Debate Abierto
Tribuna
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Aprender, no separar

El rendimiento del sistema educativo español no sale muy bien parado en los indicadores internacionales. Promover la excelencia en la enseñanza para avanzar es una opción en un debate que, para otros, distrae de los verdaderos problemas de los bachilleres españoles

Promover la excelencia educativa es bueno. También lo es fomentar una vida sana. Sin embargo, nadie tomaría en serio la idea de incentivarla haciendo que los mejores médicos atiendan a los ciudadanos más saludables en centros de salud especiales o en consultas diferenciadas. Lamentablemente, en educación debemos tomar en serio lo que en otros ámbitos sería solo un chiste sin gracia.

La propuesta de crear un bachillerato segregado para el alumnado con buenas calificaciones en la ESO ha ido variando en pocos días. Primero se planteó como una oferta para unos pocos alumnos en un centro de élite. Más que promover la excelencia, esa iniciativa la defraudaría para los miles de jóvenes madrileños que, terminando la ESO con calificación media superior a ocho, no podrían acceder a él. Ahora se plantea ampliar a todos los centros la posibilidad de crear aulas especiales, con lo que el fomento de la excelencia se podría traducir en la estigmatización de quienes no vayan a ellas.

Son varios los presupuestos no justificados de los que parte una idea que, por su simplicidad, ha tenido un notable eco. Uno de ellos es la consideración de que la excelencia profesional en cualquier ámbito y el éxito personal en la vida adulta correlacionan siempre con las altas calificaciones escolares. Sin embargo, todos hemos compartido aulas con alumnos mediocres que acabaron siendo excelentes profesionales. También recordamos a otros compañeros con expedientes prometedores que no fueron luego tan exitosos en lo profesional ni felices en lo personal.

Otro presupuesto sin fundamento es creer que el desarrollo de las diversas competencias de los seres humanos puede reducirse a la promoción de unas calificaciones medias elevadas en las materias escolares. Conviene recordar que más allá de las instituciones escolares hay vida. Las trayectorias individuales de excelencia en determinados ámbitos se favorecen mejor despertando el interés hacia saberes y actividades que desbordan los currículos escolares que simplemente profundizando en los contenidos susceptibles de examen y calificación.

¿Les irá mejor a los menos brillantes de los que se integren en ese bachillerato de excelencia que a los mejores del bachillerato ordinario? ¿Cómo se les valorará en las pruebas de acceso a la universidad cuando unos y otros quieran acceder a estudios con límite de plazas? Esas son algunas de las cuestiones prácticas que una propuesta tan tosca tendría que aclarar.

Lo peor de este debate es que distrae de los verdaderos problemas del bachillerato español. Uno de ellos sigue pendiente tras la sentencia del Tribunal Supremo de febrero de 2009. Desde entonces un alumno que suspende tres materias del primer curso ha de repetirlas durante todo un año sin poder avanzar en ninguna de las materias del segundo (sin embargo, su padre podía pasar a COU si había aprobado, como él, seis materias de tercero de BUP). Una parte significativa del alumnado de bachillerato está en riesgo de abandono por los efectos de esa sentencia y por la ocasión perdida para incluir medidas flexibilizadoras del bachillerato entre las modificaciones hechas en la Ley Orgánica de Educación al calor de la Ley de Economía Sostenible. Pero la flexibilización del bachillerato para promover el éxito escolar requiere políticas educativas serias y responsables que no trivialicen el debate educativo.

En los tiempos en que Esperanza Aguirre cursaba el bachillerato, Daniel Vindel entretenía las tardes de los sábados con Cesta y puntos, un programa de televisión en el que competían por sus conocimientos alumnos de distintos colegios de España. No está clara la influencia que pudo tener aquel programa del franquismo tardío en el éxito profesional de quienes participaron en él. Sin embargo, parece que ha dejado una profunda huella en el imaginario educativo de algunos políticos. Separar y distinguir eran las claves de aquel juego televisivo. Las mismas que, cuarenta años después, inspiran una propuesta con la que, una vez más, Esperanza Aguirre ha sabido llevar a su terreno inmediático el debate educativo en estos días preelectorales.

Quienes teníamos más querencia por Félix Rodríguez de la Fuente que por Daniel Vindel seguimos pensando que las aulas, todas las aulas, son espacios de convivencia y contagio del gusto por aprender. No lugares donde lo más importante es conseguir más puntos que el otro.

Mariano Martín Gordillo. Profesor de Enseñanza Secundaria en Avilés

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