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¿Un plan de bonos Brady para Grecia?

Quizá ese "ruido" al que se refería en el correo electrónico de un empleado de Citi por el que Grecia investiga al banco de EE UU sea la señal de que algo se mueve en Grecia. O quizá no. El devenir de la crisis de deuda en la zona euro ha enseñado que las previsiones valen de bastante poco, y que lo que parece inminente se vuelve inverosímil y viceversa. Por eso la reestructuración de la deuda griega puede llegar en dos semanas, en dos meses o en tres años.

En cualquier caso, ya hay propuestas en circulación. Cualquier operación tendría que contar con el respaldo de los acreedores de la deuda griega. Y, aun así, reestructurar antes de 2013 tendría un evidente efecto contagio al haberse orquestado un gran mecanismo de rescate europeo, precisamente, para evitar reestructuraciones o impagos. Ni siquiera la opción de retrasar vencimientos cinco años - manejada por la prensa helena- es verosímil con la UE o el FMI como meros espectadores.

Siendo, como es, una negociación a varias bandas, es más razonable una opción similar a la llevada a cabo en los años 80 con los países de América Latina. Operación a la que no fue ajeno Jean Claude Trichet, presidente del BCE, entonces presidente del Club de París, foro informal donde deudores con problemas negocian con los países acreedores.

El plan de los bonos Brady sirvió para renegociar la deuda de 13 países emergentes, casi todos latinoamericanos (también se incluyó a Polonia y Filipinas) y consistió en el lanzamiento de una serie de tipos de bonos que fueron canjeados, previo acuerdo con los acreedores, por los degradados y poco líquidos bonos soberanos. La nueva deuda incluía diferentes fórmulas de descuento y, en contrapartida, estaba parcialmente garantizada por Estados Unidos.

Una de las alternativas que se daba a los inversores eran bonos a la par, en los que el nominal se mantenía pero el tipo de interés quedaba por debajo del mercado. La segunda consistía en descuentos sobre el nominal de los bonos. En ambos casos el país acreedor obtenía un respiro, ya fuese en el coste financiero, ya en la deuda viva. Los inversores recibían garantías y bonos líquidos de los que se podían deshacer en el mercado, además de, en algunos casos, mecanismos de recuperación vinculados a la evolución de la balanza comercial o las exportaciones de petróleo, según el país.

La clave está en la contabilidad. En el plan Brady los acreedores elegían unas u otras fórmulas de canje en función de su normativa, para limitar el quebranto y el riesgo de pérdida de capital. Según los datos del BIS, 60.000 millones de deuda pública griega están en manos de otros países europeos; si la banca europea tiene que descontar una reestructuración en sus libros, se abre la espita de otra crisis bancaria, como ha recordado el BCE, donde lo de menos sería la quiebra griega. Por eso cualquier solución aceptable por los bancos tiene que tener en cuenta el aspecto contable.

De hecho, quizá quien menos tenga que preocuparse hoy por hoy sea el propio Gobierno griego, para quien la cosa no puede estar mucho peor. Si Grecia reestructura o no, y la forma en que lo haga, es una incógnita. Pero la operación requerirá mucha diplomacia y largas negociaciones. Lo que haya mientras tanto, como los rumores de la semana pasada, es la segunda parte de la partida de póker.

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