Coherencia, divino tesoro
Hace algunos años, mi amigo Santiago puso de moda una técnica singular: cuando le traían la cuenta en un restaurante, la repasaba fugazmente delante del camarero y, a continuación, impactado por el monto de la factura (sea cual fuere el importe real), hacía como que se desmayaba y se tiraba al suelo provocando la perplejidad de los empleados del restaurante, la sorpresa de todos los comensales y clientes, y la risa cómplice de sus amigos. Descubierta la broma y su alcance, el divertimento era general y, cuando ya conocían a Santiago, los camareros nunca le entregaban la cuenta por lo que pudiera pasar...
Sin llegar al desmayo, tengo que confesar que me he quedado traspuesto (y al borde del vahído) cuando leo en RRHH Digital, el primer periódico online de recursos humanos, que hay personas con nombre y apellidos, que no citaré, que se postulan como Entrenador en técnicas de coherencia, anunciando que, de seguir sus prácticas/enseñanzas, la productividad puede aumentar un 30%. Y añadiendo: "Usted y sus colaboradores pueden incrementar su productividad siendo más consciente de cómo las actividades profesionales y personales influyen en su fisiología personal" (sic). Pero hay más. Según la información, el aprendizaje de las maravillosas técnicas (diferentes y con nombres ingleses, claro) "permite a los clientes entrenarse para estar y permanecer en estados coherentes por más tiempo y ante cualquier circunstancia, lo que eleva su rendimiento de forma significativa".
Tras leer y releer la información periodística hay que recordar que estamos en tiempos difíciles y, en consecuencia, concluir que nadie puede negarle a sus semejantes el derecho a ganarse la vida honradamente como estimen conveniente, naturalmente sin engañar y sin aprovecharse de los demás. Pero, claro está, la crisis no lo justifica todo porque -como contaba Antonio Machado- el hecho de que vivamos en plena tragedia no quiere decir, ni mucho menos, que hayan prescrito totalmente los derechos de la risa...
La crisis no está reñida con la sonrisa y, si llega el caso, con la carcajada. Para que sepamos de qué va, en el programa que nos ocupa -seis horas más software de apoyo y, supongo, caro- se nos dice, por ejemplo, que "coherencia es un término utilizado por los científicos para describir estados de eficiencia y claridad mental, donde nuestro sistema linfático, circulatorio y nervioso trabajan de forma eficiente y armoniosa. En este estado se piensa con claridad, las decisiones se toman con rapidez y certeza, las tareas fluyen, se emplea únicamente la energía necesaria y, al terminar la jornada laboral, la persona queda satisfecha y contenta". Es decir, este programa de coherencia (que curiosamente no parece ser de aplicación a los políticos, vaya usted a saber por qué) parece ser el no va más; el ungüento que todo lo sana, el bálsamo de Fierabrás, esa poción mágica que cura todas las dolencias del cuerpo humano... ¡Qué despropósito!
Seguimos arrastrando una profunda disonancia entre palabras y hechos en los territorios próximos a los intangibles o a los mal llamados recursos humanos: todo el mundo afirma que las personas son el principal activo/capital de las organizaciones, pero esa verbalización casi nunca coincide con la práctica. Desafortunadamente, algunos de los modernos gurús/chamanes (y en eso no se diferencian de los antiguos) atesoran demasiada superchería y no se cansan de igualar palabra y realidad pensando que, hablando incesantemente de coherencia, por ejemplo, o de recursos humanos, eso les hace existir. Desde Platón y su Mito de la caverna, los humanos nos hemos empeñado en confundir apariencia y realidad, y así nos va.
Los humanos no somos, aunque lo creamos, dueños absolutos de nada. Somos responsables de nuestro actuar y, también los empresarios y los dirigentes, de preservar sin engaños lo que nos legaron nuestros mayores o lo que entre todos hicimos crecer con esfuerzo, trabajo y decencia. Y tenemos idéntica responsabilidad hacia quienes vendrán después de nosotros. Eso es la sostenibilidad. Tal vez la falta de motivación, interés y responsabilidad de algunos jóvenes (y de otros que no lo son tanto) se deba a que no ven ni tienen buenos ejemplos alrededor, empezando por algunos profesores y muchos políticos; los propios padres y los mayores que hemos faltado reiteradamente a la palabra dada, haciendo unas cosas y diciendo lo contrario. Por incoherencia, no hemos sabido llenar el vacío de las demandas juveniles y lo único que hacemos es echarnos la culpa unos a otros.
En fin, volviendo a las técnicas de coherencia, uno no puede olvidar al gran escritor Max Aub, propagandista de la tolerancia, para la que -decía- no hay mejor escuela que su permanente y diaria práctica. A lo mejor con la coherencia ocurre igual porque, curiosamente, a muchos nos enseñaron que esa palabra, que encierra un hermoso concepto de general aplicación a todos los órdenes y actividades de nuestra vida, era, sencillamente, la relación lógica entre la forma de pensar de una persona y su forma de actuar; el famoso y cabal haz lo que dices. Y para eso no hace falta el aprendizaje de técnicas especiales: hay que ponerse a la tarea, que de eso se trata.
Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre