La peor de las inflaciones en el peor de los momentos
España es diferente: registra las tasas más altas de inflación de la zona euro (salvo Grecia y ya veremos por qué) junto con la mayor de sus tasas de desempleo y las más pobres de crecimiento económico. Circunstancias contradictorias conviven con aparente desenvoltura en la economía, cuando los manuales clásicos enseñan que economías maduras y sanas no puede generarse inflación si hay una fuerte presión del mercado de trabajo para bajar los costes primarios y menos si no existe presión alguna de la demanda de bienes y servicios, como es el caso, dado que la demanda privada y la economía se mueven en la anemia del cero por ciento. Será que la española no es una economía madura ni sana. Será que se ha instalado el fantasmal fenómeno de la estanflación, inflación y estancamiento, que muerde la riqueza de la ciudadanía tanto en la variable del empleo (destruyéndolo) como en la de la renta (reduciendo la capacidad de compra), y que debe ser corregido para evitar una fuerte reducción de los niveles de riqueza.
Las razones del estancamiento son conocidas: sobreendeudamiento de los agentes como consecuencia de la masiva adquisición de activos inmobiliarios muy caros, y una digestión inconclusa por parte del sistema financiero del atracón de crédito inmobiliario, que paraliza sus balances y le impide intermediar y dar crédito. Además, no hay que descartar la resistencia a reducir los precios de los activos residenciales, en parte para no atrapar a la banca, así como la dificultad para flexibilizar mercados de bienes, servicios y factores productivos, tanto por presión sindical como empresarial.
En cuanto a la inflación que súbitamente ha irrumpido en la economía española (3%, 1,5% la subyacente) tiene un origen totalmente ajeno al cruce de costes productivos internos, que están más bien anestesiados por una crisis de demanda no concluida. Gráficamente: la mitad de la inflación, un poco menos, la han generado las materias primas (petróleo, cereales y metales industriales), y la otra mitad, un poco más, las decisiones del Gobierno de subir los impuestos, que son siempre inflación intravenosa.
Ya hasta noviembre la inflación generada por los impuestos era de 1,1 puntos, pero contabilizando diciembre se ha elevado por las subidas del impuesto sobre el tabaco. Este hecho demuestra que el gasto público es doblemente inflacionista: en la primera ronda porque expansiona al gasto y presiona a los precios, aunque se financie con deuda; y en segunda ronda con las subidas de impuestos (como en Grecia) para recomponer los niveles de déficit fiscal.
Curioso fenómeno: cuando el coste laboral es negativo por vez primera en la historia de España, los impuestos incrementan la presión sobre la cercenada renta disponible.