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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sombras en el horizonte de 2011

El año que acaba de nacer tiene ante sí muchas más sombras que luces económicas, tanto a nivel nacional como internacional. La crisis está aún muy lejos de ser sofocada y amenaza con un nuevo azote, centrado de nuevo en la zona euro, tras la tregua que parece haberse dado coincidiendo con las fechas navideñas. El repunte del precio de las materias primas, con un petróleo que vuelve a coquetear con los 100 dólares por barril, y las señales proteccionistas que llegan desde China son elementos que alimentan la inquietud a nivel global.

En el terreno estrictamente local, 2011 llega preñado de malas noticias para el ciudadano de a pie, con subidas de precios generalizadas (luz, gas, gasolina, transporte, y su inevitable repercusión en el resto de productos), un desempleo que no para de crecer y un más que previsible aumento de la edad de jubilación. Para las empresas, el panorama no es más halagüeño, pues a todos esos dolores de cabeza se le suma que se mantiene absolutamente cegado el acceso a la financiación. Los expertos remarcan, además, que con ser todo esto realmente grave, lo es aún más el hecho de que nadie atisbe a dibujar un escenario de salida de la crisis medianamente visible, pese a las ligeras mejoras apuntadas por el Gobierno y el Banco de España.

Los grandes problemas de la economía española se centran, básicamente, en la falta de confianza de los inversores y en la inestabilidad del sistema financiero. Ambos aspectos no solo están interrelacionados, sino que se retroalimentan. La falta de confianza se ha traducido es una evidente salida de capital de España. Pero no solo eso. Los grandes inversores, los grandes mercados siguen sin tener España en sus carteras. Es más, en estos momentos, prácticamente ni las consideran. En cuanto al sistema financiero, los bancos de negocios continúan dándole vueltas al capital adicional necesario para despejar definitivamente las dudas sobre su solvencia y su liquidez. Cierto es que las cajas han acometido una auténtica revolución en un tiempo récord. Pero no lo es menos que ese proceso aún tiene que recorrer un duro y tormentoso camino antes de dar los efectos deseados y esperados.

Ante esta situación, ¿qué hacer? Pues cada uno tiene su tarea y su responsabilidad. El Gobierno, indudablemente, debe continuar decidida y abiertamente con las reformas emprendidas a partir de mayo del año pasado, tengan el coste electoral que tengan, si es que afrontar los problemas con realismo lo tiene. Los partidos de la oposición, especialmente el PP, también han de dejar la calculadora electoral a un lado para arropar al Ejecutivo en las decisiones más dolorosas. Evidentemente, no es sencillo para las formaciones políticas tomar esta deriva cuando en el próximo año y medio hay un calendario electoral (locales y autonómicas en mayo y generales en marzo de 2012) intenso y con grandes expectativas de cambio radical. Pero ahora más que nunca se requiere que la política recobre su grandeza y los políticos estén a la altura de las circunstancias. Además, a los agentes sociales, patronal y sindicatos, les toca percibir la actual situación como lo que realmente es: una emergencia histórica en la que se necesita cabeza fría y visión de futuro.

En cualquier caso, esta crisis no es española, ni europea, sino mundial. Por lo tanto, se requieren también soluciones de ese calado. Muchas de ellas se han esbozado en múltiples cumbres internacionales de alto copete, pero se han quedado, desafortunadamente, en eso: buenas intenciones, pero nulas realidades. ¿Por qué? Porque nadie ha sido capaz de abanderarlas. Desgraciadamente, una de las lecciones más duras que está ofreciendo esta crisis es la falta de líderes políticos a nivel mundial capaces de estar a la altura de las circunstancias. Ni siquiera el presidente de EE UU, Barack Obama.

Y mucho menos en Europa, donde parece haberse impuesto una especie de mezcla diabólica entre un nacionalismo miope y un liberalismo rampante que no hace más que arrojar sospechas sobre una zona económica y política que aspiraba a disputar el cetro de la influencia mundial a EE UU. Nada más lejos de la realidad. Europa es la gran perdedora de la crisis, pero no solo ante EE UU, también ante los países emergentes. Urge más Europa.

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