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Columna
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La necesidad de un Inem europeo

La coyuntura económica y política europea están demostrando los más negros augurios que algunos ya describimos hace tiempo ante la ausencia de una verdadera política europea, más allá de una unión aduanera y unión monetaria. Tras los años de verdadero europeísmo político, liderados por personajes como Kohl, Felipe González o Jacques Delors, con la espina secesionista de Thatcher, hemos pasado a una balcanización política, cuyos efectos los estamos viendo estos días.

El liderazgo germano está tratando de deprimir las economías europeas, exportando desempleo, provocando deliberadamente una deflación en los países más débiles, y solo al final, tras el hundimiento de Grecia, ha permitido crear un fondo de rescate, pero manteniendo una política fiscal muy contractiva.

Esta consigna, que tiene su altavoz en el FMI, la OCDE o el propio Banco de España, trata de exprimir al máximo las escasas rentas del factor trabajo que quedan, tras la brusca caída de la riqueza inmobiliaria y el abultado desempleo, y transferirlas a la clase dominante, en este caso el sector financiero, pero también a las grandes corporaciones, que en el caso de España, copan más del 60% de las ayudas directas, fiscales o financieras que provienen del Estado, frente al 25% a las familias y un 15% a las pymes.

Este negro panorama, que puede salpicar seriamente a España, tiene su origen, en parte, en no entender que vivimos un mundo global y que no se pueden acometer acciones desde la óptica local. El discurso tan patrio, como ignorante y falaz, que otro gobierno arreglaría la coyuntura y la estructura de la economía española, no merecería ningún crédito, sino fuera porque la ciudadanía española, poco viajada y con un nivel cultural medio en materia económica y financiera muy bajo, está comprando este discurso. Esto está provocando que se instale la creencia de que vivimos completamente aislados y que podemos generar crecimiento endógeno suficiente para suplantar a la economía internacional, sin cuyo crecimiento, seriamos prácticamente un país en quiebra. Un ejemplo muy claro de la internacionalización de la economía es el mercado laboral. La propia dinámica mundial impone, especialmente en Europa donde disfrutamos de libre circulación de personas y además a raíz del proceso de Bolonia teóricamente también viaja la formación, lo que parece cada vez más inútil es plantear una política laboral local, en cada ciudad española o europea, o incluso a nivel de regiones o comunidades autónomas. Si en algo es útil la política global es en el campo de las políticas activas de empleo, en las que en Europa tenemos ejemplos muy aprovechables, como es el caso de Dinamarca, Holanda o Alemania. La búsqueda de empleo y la acción concertada a nivel europeo reduciría el gap de información asimétrica y obligaría a todos los ciudadanos a buscar un empleo allí donde existe, cubriéndose mejor las vacantes y generando oportunidades para muchos parados o inactivos de poder emplearse por cuenta ajena o, por efecto contagio, por cuenta propia.

Este proceso, que debería ser irreversible, permitiría aumentar la población activa europea, pero también la empleabilidad, pudiéndose llevar uno consigo toda la formación acumulada, plenamente homologada, así como la experiencia laboral y la cotización a la Seguridad Social, algo que siempre retrae a muchos potenciales ciudadanos a moverse fuera de nuestras fronteras. En este sentido, hay que significar que el gran fracaso de nuestra política laboral ha sido la política activa de empleo. El propio diseño de la misma, normalmente realizada por organizaciones que no conocen la realidad, al margen de la generación de corrupción alrededor de la misma, ha dilapidado mucho tiempo y dinero desde nuestra entrada en la UE. A diferencia, por ejemplo de Dinamarca o Suecia , aquí la política se ha basado más en la subvención de cursos que, en un gran porcentaje son inútiles, en lugar de pactar con sectores clave la incorporación efectiva de trabajadores tras un paso por una formación especifica con nómina. Un ejemplo de este fracaso es la Comunidad de Madrid en el campo de la política activa para discapacitados. En 2009 de los 14 millones de euros disponibles, solo se ejecutaron 4 millones porque la necesidad de un aval financiero para acometer estas políticas que, son gestionadas por ONG de discapacitados, impidieron su puesta en funcionamiento.

En resumen, mientras sigamos pensando en clave local y no global, la UE y el euro seguirán sufriendo y se agotará el proyecto europeo que, en materia de empleo, es hoy más necesario que nunca, especialmente para un país tan localista e ineficiente como España.

Alejandro Inurrieta. Profesor del IEB

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