El empleo es la mejor protección
La comprometida situación económica que atraviesa España desde hace tres años ha tensionado el estatus de un colectivo de desempleados cada vez más numeroso, que podría deteriorarse cuantitativa y cualitativamente en los próximos trimestres, salvo que un cambio radical en la actividad económica en el exterior arrastrase a España, o que un giro convincente de la política económica practicada aquí revolucionase el crecimiento. Cuando aún falta un trecho para la estabilización del empleo, dado que las tasas de destrucción son aún muy altas en industria y construcción, llegan ya a cuatro millones y medio largos las personas desempleadas, con distintos niveles de protección, pero con una tendencia paulatina al agotamiento en este largo pulso contra la crisis que vive la sociedad.
Al igual que se agota la capacidad de maniobra del Estado en el manejo de sus finanzas, se estrechan las posibilidades de aguante de centenares de miles de familias que no ven sino niebla y pesimismo por horizonte. Un millón y medio de parados percibe una renta pública que no llega a 900 euros al mes; otro tercio tiene que arreglarse con menos de 500 euros, y el tercer tercio, en cifra redonda, no dispone de renta pública alguna. Una situación extrema, que depararía en cuasi revolucionaria si no fuese por el alivio que supone la red familiar de protección cuando los desempleados son colectivos de jóvenes, o el refugio en la economía sumergida, que crece en tiempos críticos.
En todo caso, uno de cada tres hogares admite tener problemas para llegar a fin de mes; uno de cada cinco vive con niveles de renta inferiores al umbral técnico de la pobreza; uno de cada diez tiene a todos sus activos en paro; sólo siete de cada diez dispone de pleno empleo, y casi un 8% admite retrasos en los pagos relacionados con la financiación de su vivienda, casi el doble que hace solo cuatro años. Un escenario preocupante en sí mismo, pero que además irradia una especie de onda expansiva de pesimismo sobre la economía que multiplica la recesión.
Un hogar con el cabeza de familia en desempleo ajusta de inmediato sus gastos, y de forma casi definitiva si se trata de una persona en edad madura y posibilidades decrecientes de encontrar empleo. Pero un hogar con pleno empleo que contabiliza cada día pérdidas de trabajo en su entorno, mimetiza el pesimismo y pone en cuarentena todas sus decisiones de gasto duradero e inversión, con el consiguiente efecto contractivo sobre la economía.
Ese pesimismo es el que los gobernantes tienen que combatir, pues solo así la espiral contractiva se convertirá en expansiva y se superará la crisis. Las reformas tardan en madurar el fruto, pero si son intensas y convincentes, lo harán por duplicado. Tendrán coste social y electoral, pero es la primera obligación de los gobernantes procurar el bienestar de los administrados. Para eso les han contratado.