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Columna
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Rubalcaba, impasible el ademán

En una de sus canciones, Joan Manuel Serrat da cuenta de esos locos bajitos que cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, nuestros rencores y nuestro porvenir, mientras nos empeñamos en dirigir sus vidas sin saber el oficio y sin vocación, al tiempo que les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones con la leche templada y en cada canción. Por ejemplo, aquellos Cantos Nacionales que los niños de uniforme dispuestos en formación, de a tres en fondo, entonaban antes de subir a las aulas, donde en la estrofa que dice "Impasible el ademán/ que están/ presentes en nuestro afán/" la sabiduría infantil prefería sustituir la incógnita del vocablo ademán por el gentilicio alemán con el que todos nos entendíamos mejor en aquellos tiempos de la germanofilia.

Pues así, impasible, se mostró el vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba durante su estreno tras ser ascendido en la escala y convertirse en número dos. La desconcertada hueste del Partido Popular intentó el miércoles movilizar a sus puntales más agresivos, Rafael Hernando e Ignacio Gil Lázaro, para montar un aquelarre conforme a los guiones de la factoría jotapedrista, donde a Rubalcaba se le asigna el papel de Príncipe de las Tinieblas.

Quieren devolvernos a su insoportable estribillo, catarata de dudas, a base de Manolón, el ácido bórico, la Camocha, la Kangoo y todas las figuritas del belén. Los adictos a la urolagnia, en su remontada terminan inquiriendo sobre aquel primer crimen narrado del que tenemos memoria. Porque sigue sin explicarse quién le había proporcionado al Caín agricultor la quijada de asno que le sirvió de arma ofensiva, ni por qué Abel, que precisamente era ganadero, estaba inerme sin quijada alguna, ni sobre todo quién se presentó en la redacción del Génesis para garantizarse que prevalecería su versión del acontecimiento.

Pero antes, Rubalcaba tuvo su enzarce con Soraya Sáenz de Santamaría sobre la situación económica, y ahí el vicepresidente tuvo ocasión de mostrarse categórico sobre la invariabilidad de las decisiones tomadas por el Gobierno para la salida de la crisis. Una actitud muy relevante en un momento en que estamos siendo permanentemente escrutados por los que hemos dado en denominar mercados, los cuales al menor síntoma de flojera reaccionan penalizando los bonos de nuestra deuda, bajando la calificación de nuestras emisiones y multiplicando los intereses a pagar. El vicepresidente ya había comparecido antes, el martes, ante la asamblea del Instituto de la Empresa Familiar, donde habló con autoridad en materias económicas. Sabe bien los perjuicios que nos ha irrogado la pérdida de credibilidad y para nada quiere alimentar dudas, siempre de altísimo coste.

En todo caso, se impone reflexionar acerca de las consideraciones que en su libro La experiencia totalitaria (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2010) avanza Tzvetan Todorov en torno al ultraliberalismo a partir de Hayek. Porque al socialismo científico de Marx y Engels ha venido a añadirse ahora un liberalismo científico que destila también aromas de totalitarismo. La idea de un ultraliberalismo de Estado es contradictoria en los términos de su propio enunciado pero comparte con el marxismo la convicción de que la existencia social de los hombres depende fundamentalmente de la economía. Sucede que el ultraliberalismo, al colocar la soberanía de las fuerzas económicas, encarnadas en la voluntad de los individuos, por encima de la soberanía política, contraviene -paradójicamente- el principio fundador del pensamiento liberal, según el cual un poder limita a otro. Además, al exigir adhesión inquebrantable a sus pretendidas verdades científicas, que dejan así de ser opciones voluntarias, se convierte también en una religión secular, difundida con estrategias que recuerdan las del otro totalitarismo antagónico.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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