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Columna
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El despilfarro en las obras de EE UU

Los grandes proyectos del sector público son un drenaje más que un estímulo para la economía? Los antikeynesianos lo argumentarían todo el tiempo. Pero incluso los defensores acérrimos de los estímulos gubernamentales tendrían dificultades para defender los méritos de los proyectos ferroviarios estadounidenses. Una simple razón: los costes de las obras son demasiados altos.

Por ejemplo, el plan de Amtrak para mejorar la línea que conecta el corredor noreste. La compañía estatal ferroviaria estima una inversión de 117.000 millones de dólares para implantar un servicio de alta velocidad. Esto excede el coste del tren de alta velocidad en China de 17.000 millones de dólares o los costes de los servicios anteriores en Francia y Japón.

Operativamente, los planes de Amtrak son atractivos. Se propone ponerlos en marcha en una pista delicada, lo que sería cerca de la ruta de Amtrak entre Nueva York y Washington, pero que al norte de Nueva York se desvíen de la ruta actual, desplazándose a Boston a través de Danbury y Hartford, evitando así la congestión de los suburbios de New Haven Line. Habría varios niveles de servicios, con el más rápido circulando a un máximo de 220 millas por hora (355 kilómetros por hora), uniendo Washington y Nueva York en 96 minutos y Nueva York y Boston en 83 minutos -altamente competitivo con un vuelo incluso de Boston a Washington-.

Los problemas son el coste y el tiempo. Los proyectos de Amtrak gastarían 274 millones por milla y culminarían en 2040. La duración de la infraestructura es superior a la de proyectos similares en el extranjero. Por ejemplo, la línea de alta velocidad del corredor sureste París-Lyon se terminó en siete años y costó 5.000 millones de dólares actuales o 20 millones de dólares por milla.

En Asia, la línea de alta velocidad Tokio-Osaka, inaugurada en 1964 y duramente criticada por su coste por los japoneses, se completó en seis años, con una inversión total de 20.000 millones de dólares o 63 millones por milla.

El coste excesivo no ha sido siempre un problema en EE UU. Pero la burocracia, la compleja normativa del medio ambiente, los tribunales y la política sucia se han combinado para que el sector público no sea competitivo en coste y tiempo. Si el nuevo Congreso quiere restaurar la competitividad del país, aquí tiene al menos un punto de partida.

Martin Hutchinson

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