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Tribuna
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Formación y productividad

La falta de productividad es uno de los problemas más graves de nuestra economía, pero no se trata de algo nuevo. Durante la expansión del periodo 1995-2007 el crecimiento medio de la productividad del trabajo (VAB por hora trabajada) fue muy modesto, del 0,4%, e inferior al del resto de países europeos (1,3% en la UE-15). Sin embargo, el porcentaje de ocupados con estudios universitarios pasó del 15,5% al 23,1%. Es decir, las generaciones mejor formadas de nuestra historia estaban llegando al mercado de trabajo. Con esos datos la productividad debería haber crecido más. ¿Cuál es la explicación para esa falta de conexión entre mejoras educativas y productividad?

Comencemos por el primer sospechoso, el sistema educativo. ¿Más formación educativa ha supuesto más capital humano? Los resultados de España en los informes PISA sobre los conocimientos de los alumnos de secundaria son inquietantes: ocupamos el puesto 25 de entre 30 países de la OCDE y, además, con puntuaciones peores en 2006 que en 2000.

¿Qué podemos decir de la utilización que las empresas hacen de los trabajadores con estudios superiores? La medición del mayor o menor ajuste entre formación y puesto de trabajo es siempre una tarea compleja, pero algunos datos resultan ilustrativos. En 1996, un 9,1% de los trabajadores con estudios superiores estaban empleados en ocupaciones propias de trabajadores no cualificados o relacionadas con servicios de restauración, comerciales y similares. En 2007, un 12,4%. Esa evolución refleja un problema creciente de sobrecualificación.

El comportamiento de las empresas ha estado condicionado por la regulación del mercado de trabajo. Existe consenso sobre las consecuencias de una excesiva temporalidad: ausencia de incentivos a la formación adicional y específica, falta de experiencia laboral y excesiva rotación laboral. Como resultado, la productividad se ve afectada de modo negativo. Pues bien, el porcentaje de asalariados temporales se mantuvo en el periodo por encima del 30% afectando especialmente a las generaciones más jóvenes. Un caso muy diferente al de la UE-15, donde ese porcentaje nunca superó el 15%.

Además, hay que tener en cuenta que la formación educativa ofrece su mayor rendimiento con el paso del tiempo, al combinarse con una mayor experiencia del trabajador y un mejor ajuste al puesto de trabajo. Para las nuevas generaciones ha sido difícil combinar su formación con el capital humano que se adquiere a través de la experiencia laboral.

Estos problemas (formación defectuosa, falta de experiencia, etc.) tienen su reflejo en los salarios de mercado. La contabilidad del crecimiento permite usar esa información para estimar la contribución del cambio en la calidad del trabajo al crecimiento del PIB. Distinguiendo 144 tipos de trabajo (según edad, sexo, nivel educativo y nacionalidad del trabajador) puede estimarse que la mejora de la calidad del trabajo contribuyó a que el PIB creciera un 0,36% anual más durante 1996-2007. Una cifra modesta ya que las series de capital humano de la Fundación Bancaja-IVIE muestran que los años medios de estudios de la población ocupada crecieron un 1,4% anual.

El ajuste de las empresas españolas ante la crisis está cambiando radicalmente la situación. Hasta tal punto que la productividad ha crecido un 2,1% anual durante el periodo 2008-2009, bastante más que en el caso de nuestros socios europeos. Durante ese periodo los años medios de estudios de la población ocupada crecieron un 1,3% anual, mientras que la contribución de la mejora de la calidad del trabajo al aumento del PIB ha sido del 1,1% anual. Las empresas están solucionando el problema mejorando el nivel de productividad y aumentando el rendimiento del capital humano que permanece en la empresa. Pero lo están haciendo eliminando puestos de trabajo, empezando por los menos productivos, y prescindiendo de trabajadores, especialmente aquellos con contrato temporal y/o menos experiencia.

Naturalmente, se trata de un alivio temporal y no de una solución definitiva y satisfactoria. En el futuro el crecimiento sostenido dependerá de la capacidad de la economía española para acumular capital humano y usarlo productivamente. Ese desafío exige realizar cambios. En el sistema educativo, para que funcione mejor, se haga un uso más eficiente de los recursos destinados y haya un mejor ajuste entre universidad y empresa. Pero también en la regulación laboral, para que los tipos de contrato y los sistemas de negociación colectiva no sean un freno sino un impulso a la inversión en formación y la acumulación de experiencia. Aprovechemos la oportunidad, concretemos bien las reformas y empecemos a acortar nuestra lista de problemas.

Lorenzo Serrano. Investigador del Ivie y profesor de la Universidad de Valencia

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