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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pragmatismo disperso en Toronto

El pragmatismo se ha impuesto entre los dirigentes mundiales este fin de semana en la cumbre del G-20, en Toronto. Lo malo es que lo ha hecho de la mano de la falta de unidad. Incapaces de mantener una política común ante la crisis y de aprobar las reformas financieras pendientes, los países más ricos y las economías emergentes más grandes sólo han acordado que cada Gobierno haga lo que considere más oportuno. Se aparca así el espíritu del G-20 en Washington, en Londres y en Pittsburgh, cuando lo más crudo de la crisis ejercía de argamasa para coordinar las políticas económicas, fiscales y financieras.

La unanimidad se ha resquebrajado con la crisis griega y los ataques desmedidos de los mercados contra la deuda soberana de países del euro, incluida España. La pretensión del presidente de EE UU de mantener activas las políticas de estímulo para apuntalar un renqueante crecimiento mundial ha topado con los ataques especulativos contra el euro. Lo que explica que Europa haya cambiado radicalmente sus prioridades. Barack Obama parece no haber comprendido que los Estados comunitarios se han quedado sin margen de maniobra para mantener los planes de apoyo económico. Sencillamente, los mercados no están dispuestos a seguir costeándolos y las rentabilidades que exigen por nuevos préstamos los haría inviables a corto y medio plazo.

Esa es la razón por la que, aunque hayan ganado las tesis del Viejo Continente, no se puede considerar un triunfo de Europa sobre EE UU lo ocurrido en Toronto. Simplemente, ha imperado la lógica financiera que aconseja corregir unos déficits insostenibles y rebajar ratios de deuda desbocados por la recesión. El director general del Banco de Pagos Internacionales (BPI), el español Jaime Caruana, se alineó ayer en esa misma tesis e instó a los Gobiernos a ajustar los déficits. El ex gobernador del Banco de España recalcó, acertadamente, que es una prioridad para lograr el crecimiento, pues un desarrollo sostenible exige cuentas públicas equilibradas.

Es deseable que las diferencias entre EE UU y la UE sobre cómo encarar la crisis no supongan el fin del consenso internacional nacido en Washington en noviembre de 2008. La necesaria reforma del sistema financiero mundial está pendiente, y es tan necesaria como urgente. La banca internacional debe ajustarse a unas reglas de transparencia que eviten episodios como los vividos los últimos años. Además, la desmesura de unos especuladores no regulados, capaces de derrumbar las finanzas de cualquier país, exige una respuesta planetaria coordinada. La decisión de posponer las reformas financieras a la próxima cumbre del G-20 en noviembre es descorazonadora, pero deja abierta la puerta a futuros acuerdos en pos de unos mercados más eficientes y seguros.

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