El G-20 bendice la descoordinación
Leer el comunicado del G-20 nacido de la cumbre de Toronto lleva tiempo. Son 26 páginas con 48 puntos y dos anexos con otros tantos. Es la literatura que ha generado el desacuerdo en una cumbre que, a diferencia de las convocadas anteriormente, ha bendecido la decisión de que cada Gobierno vaya por su camino para fomentar el necesario crecimiento. Es exactamente lo que en reuniones previas habían tratado de evitar los miembros de este club, que representa al 85% de las economías del mundo, y que hasta ahora habían acordado poner los cimientos para coordinar la estrategia ante la crisis. El objetivo era doble, salir de ella y conseguir una economía global más reequilibrada, o lo que es lo mismo, un seguro ante crisis similares.
El comunicado es largo porque se han precisado muchas palabras para razonar el desacuerdo y no porque haya un plan pormenorizado para poner en marcha iniciativas nuevas (máxime cuando la mayoría de los países europeos llegaba a Toronto con hechos consumados en este sentido). De hecho, ni las fechas para el compromiso de reducir el déficit y la deuda, la tesis que ha tenido más adhesiones, son vinculantes y no se prevén sanciones. Más aún, desde el primer momento se contempla una excepción a esta meta, Japón. Nariman Behravesh, economista jefe de IHS Global Insight, dijo a Bloomberg TV que los compromisos están redactados en términos muy amplios y es difícil no caer en el cinismo.
Tampoco ha habido acuerdo en materia financiera. Todo lo relativo al crucial punto de la estructura del capital de la banca se deja para la cumbre de Seúl en noviembre y se apunta a que el objetivo es tener unas normas en 2012 que se podrán aplicar por fases. Es decir, que en el mejor de los casos, el fortalecimiento del capital de la banca llegará cinco años después de que se hayan revelado insuficientes las normas que permitieron fraguar el desastre financiero.
Barack Obama ha intentado convencer de que la desunión no es tal y aunque él apuesta por la vía keynesiana del estímulo para apoyar el crecimiento, concedió que cada economía "es única y cada país diseñará su propio curso. Pero no se equivoquen, todos nos movemos en la misma dirección".
Durante las cumbres celebradas al calor de lo peor de la crisis, los líderes entendieron que en un mundo que ya ni es unipolar ni bipolar y que ha sufrido las consecuencias de un desequilibrio económico insostenible a nivel global, se necesita coordinación, reglas del juego y armonía para no caer en el mismo abismo. Toronto decepciona porque permitirá que haya distintas políticas fiscales justo cuando la recuperación es frágil, se anticipan bajas tasas de crecimiento y un paro elevado durante años. Pero sobre todo, decepciona porque si no se retoma la unidad, la cumbre de Canadá será recordada como la que sentó las bases de un nuevo desequilibrio económico global. Y para eso, quizá, no hace falta reunirse.