Crisis, en su sentido más amplio
Dice la RAE en una de las acepciones de crisis: "Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales". Desde el punto de vista económico, puede definirse como una recesión profunda, en la que la economía deja de crecer para hacer justo lo contrario. Con todas las consecuencias perniciosas que ello conlleva, especialmente en términos de desempleo.
Pero si hay algo que parece cada vez más claro es que esta crisis va a tener mucho de mutación y transformación del sistema económico y financiero.
Por lo pronto, desde el plano teórico hay un auténtico debate entre monetaristas y keynesianos sobre los orígenes y soluciones a la crisis. Contra los argumentos de los primeros se aduce que las políticas monetarias por sí solas no han sido capaces de evitar el colapso de las economías; más en una etapa de desregulación financiera que ha demostrado ser letal. Contra los segundos, tenemos el veredicto de los mercados, que hoy castigan sin piedad a los mismos Estados a los que pidieron un esfuerzo de gasto público para evitar la quiebra del sistema financiero y la caída en una profunda depresión de las economías.
Es difícil aventurar cuál será el modelo económico de la próxima década, pero de esta crisis se pueden extraer lecciones: que el mercado no es tan eficiente como muchos creían; que no se puede combatir el pinchazo de una burbuja con la generación de otra; que los excesos de gasto público se pagan caro...
Aunque salgamos de la crisis más tarde que pronto, nos adentramos en una etapa de crecimiento económico débil. Pero ese periodo debe servir para acometer una crisis, en todos los sentidos: desde la regulación hasta los modelos productivos.
En términos puramente de mercado, la etapa de 2000 a 2010 ha sido una década perdida. De cuál sea el modelo económico y financiero que salga de la crisis dependerá que en 2020 podamos hablar de una década ganada.