Los difíciles cincuenta
Cuando acabe la crisis, José K estará a punto de cumplir los cincuenta, es decir, entre el colectivo de trabajadores con especiales dificultades para encontrar empleo. Las empresas no los quieren contratar y muchas los "prejubilan", eufemismo para evitar la palabra "despido". Su horizonte es sombrío. El destino final, la jubilación, estará aún más lejos, probablemente, entre los 65 o 70 años. El sentido común parece indicarlo, ya que la esperanza de vida está situada más allá de los ochenta años. Los hechos también; el incesante progreso de la medicina coadyuva para que lleguemos a los 65 años en buen estado de salud y el sistema pensiones tal como hoy está concebido es insostenible a largo plazo.
Al acabar la crisis, crecer el empleo y mejorar la situación económica, todo parecerá estar bien; al menos para la opinión pública que se dice mayoritaria. Pero José K estará igual o peor que antes. Su formación, su experiencia, su esfuerzo, es decir, su background, no impedirán que sea desechado, como muchos de su generación, por ser demasiado mayor; aunque, muy probablemente, dado la actual composición sociológica, aún esté lejos de ser abuelo.
Hace ya tiempo, cuando parecíamos estar en la cresta de la ola y la crisis no era más que una pregunta retórica en una vieja portada de un vinilo de Supertramp, les planteaba a mis alumnos que uno de los grandes retos de la dirección de personas era evitar el fenómeno de la sistemática salida y difícil incorporación en las empresas de los mayores de 45 años. Y esto, no sólo porque es positivo para José K y sus compañeros de generación, sino porque el Estado no puede permitirse tener a personas desocupadas durante 30 años, teniendo en cuenta que durante la mitad de este tiempo, al menos desde que cumplen los 50 hasta los 65 años, estas personas son plenamente capaces de trabajar. Tampoco pueden permitirse las empresas desperdiciar el talento de trabajadores que han acumulado conocimientos, experiencia y capacidad. Y seguro que José K tampoco puede permitírselo, ni económica ni moralmente, en el sentido de estado de ánimo.
Es posible que algún lector piense que me estoy olvidando de los jóvenes, de la llamada generación ni ni (ni estudian ni trabajan), otro recurrente eufemismo que no dulcifica una descorazonadora realidad. No lo hago. Tampoco es permisible ni sostenible esta situación. Me preocupa que el problema pueda ser como el de quién tiene una manta demasiado corta que, o le deja al descubierto los pies o la cabeza. Si es así, tenemos un grave problema.
No quiero pensar que Zygmunt Bauman, pensador de Polonia tiene razón cuando dice que "la producción de "residuos humanos" o, para ser más exactos, seres humanos residuales, es una consecuencia inevitable de la modernización y una compañera inseparable de la modernidad". Habrá que alargar la manta; no queda otra, porque el resfriado puede devenir en pulmonía. E ignoro los efectos pueda tener a largo plazo esta pulmonía en nuestra sociedad...
Jordi Costa. Profesor de EADA