La defensa del euro exige unión en la UE
Se sabe desde hace décadas que una de las asignaturas pendientes de la Unión Europea es su política de comunicación, lastrada por una jerga ininteligible fuera de Bruselas y por la necesidad de pactar mensajes que, en aras del consenso, acaban siendo insulsos, contradictorios o, directamente, perniciosos.
Esa falta de pericia y claridad ha propiciado ya desastres políticos como el descarrilamiento del proyecto de Constitución europea. Ahora, en plena crisis financiera, la incomunicación comunitaria con sus principales interlocutores (en este caso los inversores, como antaño fueron todos los ciudadanos) amenaza la imagen y, por tanto, la viabilidad de una de las mayores creaciones del club en sus 60 años de historia: la Unión Económica y Monetaria. Porque no hay que engañarse, más allá de movimientos especulativos puntuales, el mercado está castigando, sobre todo, la falta de coherencia en la defensa de la moneda común por las instituciones comunitarias y por los 16 ministros de Economía de la zona euro.
Esta misma semana, cuando los inversores reclamaban tranquilidad para recuperarse del torbellino bursátil del pasado viernes, los ministros de Economía y Finanzas de la zona euro, el Eurogrupo, se marcaban el lunes una maratoniana sesión que reabrió las dudas sobre el plan de rescate por valor de 750.000 millones de euros pactado sólo ocho días antes. Los ministros económicos intentarán zanjar el próximo viernes, en una nueva reunión extraordinaria, sus diferencias sobre el futuro funcionamiento de ese mecanismo. Pero en el aire ya ha vuelto a quedar latente la incertidumbre sobre la voluntad real de la zona euro y, en particular de su principal socio, Alemania, de defender la integridad de la Unión Monetaria.
Esta ceremonia de la confusión se reprodujo ayer en el Ecofin, el grupo de ministros de Economía y Finanzas de toda la UE. Por un lado, la presidencia española de la UE logró reactivar la tramitación de la directiva de hedge funds, que inexplicablemente aceptó aparcar hace unas semanas para complacer al ya ex primer ministro británico Gordon Brown. El texto aprobado ayer por los ministros y que ahora deberá revisar el Parlamento Europeo aspira a someter a la actividad en Europa de esos fondos de alto riesgo a un estricto control para evitar que fomenten en el mercado movimientos especulativos descontrolados o excesiva volatilidad.
El gesto parece firme y responde a los compromisos adquiridos por la UE en el G-20. Pero nada más aprobar el proyecto de directiva, se deja entrever que el Parlamento Europeo, con la connivencia de la Comisión, podría suavizar las partes incómodas para la City londinense y permitir que los fondos de terceros países se puedan comercializar en Europa sin apenas control; esto es, lo que pretende Londres.
A menudo, Bruselas atribuye estos titubeos y vaivenes a la inevitable necesidad de compaginar los procesos democráticos que, por fortuna, imperan en el club de los 27. El eximente parece lógico, pero no suficiente para justificar la imagen de fragilidad y desamparo que la zona euro está ofreciendo al resto del planeta. Esa imagen, que nunca beneficia en la escena internacional, en tiempos de crisis puede resultar letal.
Ayer mismo, España acusó duramente ese marasmo. El Tesoro pagó las emisiones de letras a 12 y a 18 meses al doble que la anterior emisión, y además tuvo dificultades para cubrirlas, con una demanda que no llegó ni al mínimo previsto de 6.500 millones. A pesar de que los fundamentos de la economía no han empeorado significativamente y de que el Gobierno acaba de presentar un ambicioso plan de ajuste del gasto público.
Y la factura de la falta de unión en la UE se paga también en términos de credibilidad. Washington, por ejemplo, dejó ayer claro que la decisión de la zona euro de conceder al Fondo Monetario Internacional la tutela de las operaciones de rescate de países como Grecia sólo se repetirá si el Senado estadounidense acepta dar su autorización. Si al mercado le costó semanas admitir la fiabilidad del mecanismo de rescate europeo para Atenas, produce pavor imaginar cómo reaccionarán los inversores si en futuras intervenciones, además del consenso de la zona euro, se necesita la mayoría en la Cámara alta de EE UU.