No hay mucho que celebrar
La lógica que se puede extraer de la gran crisis de 2007 en adelante es cada día más perversa. Al financiero cuyo banco sobrevive gracias a inyecciones de dinero público lo peor que le pasa es que no cobra bonus durante un año. El ciudadano con la mala suerte de vivir en un país con gobierno deficitario debe pagar con su salario y sus impuestos una reforma estructural que los mercados han convertido en imprescindible en cosa de dos meses.
Algunos presentadores de radio o televisión comentaban ayer, aparentemente extrañados, que los mercados no subían. Como si hubiese algo que celebrar. A lo largo de unas cuantas semanas Europa ha conseguido que un problema financiero periférico y manejable haya mutado en una crisis de confianza cuyo horizonte es difícil de atisbar. Al final, resulta difícil discernir si había alguna opción mejor que el plan presentado esta semana. La reestructuración de la deuda -impago parcial- está muy bien sobre el papel, pero sus efectos secundarios son tan imprevisibles como los que implicó Lehman.
La ultrarrápida transición de Angela Merkel, que ha pasado de sostener durante meses una posición negociadora de inaudita dureza a firmar y activar el rescate en una reunión de urgencia este domingo, ilustra a la perfección el punto al que llevó la ausencia de mecanismos de respuesta europeos y la pasividad de los gobernantes.
De momento, quien va a pagar la inacción europea son los ciudadanos griegos. La dureza del plan de austeridad es proporcional al soporte financiero, y éste al grado de desconfianza que se había generado. Dejar un país al borde de la depresión no es algo digno de ser celebrado, ni el plan de ajuste merece ser exhibido políticamente como si de un trofeo de caza se tratase, pues es la prueba de un fracaso colectivo. Y, aunque se aplique, la experiencia de los planes de austeridad auspiciados por el FMI no invita al optimismo. nrodrigo@cincodias.es