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Tribuna
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Los jóvenes, el empleo y los signos de nuestro tiempo

En España la tasa de fracaso escolar fue en 2008 del 31,9%. En la UE 27, del 14,9%. En España la población de más de 15 años con educación secundaria de segundo grado fue en 2009 del 21,2%. En la UE 27, del 44%.

Tener un nivel de cualificación medio proporciona un 40% más de probabilidades de ser empleado. En España, la tasa de desempleo entre la población joven ronda el 40%. Aportar más referencias estadísticas pasa a ser una tautología.

Nuestro mercado de trabajo nos muestra lo que somos. Y algunas soluciones que se apuntan, nos muestran lo que no deberíamos ser.

Lo dramático es que, actualmente, ya tenemos una generación de ciudadanos profundamente lastrada por la falta de formación reglada, de competencias profesionales y de motivación. Lo que eufemísticamente el INE denomina "activos potenciales desanimados" o a los que Bigas Luna llamaría "la Juani".

Es por ello que, en este tema, debamos exigir una responsabilidad ingente y una puntería olímpica. Porque lo que nos jugamos no son puntos en los manoseados datos estadísticos, ni un respiro que permita afirmar que la crisis va remitiendo. Lo que está en juego son las futuras clases activas y pasivas y nuestra estructura y paz sociales. Y en este último punto, vale la pena que empecemos a prever las consecuencias del exponencial incremento de la formación entre la población inmigrante, que ya supera proporcionalmente a la española en educación primaria y secundaria de segunda etapa y está muy cercana a la española en formación secundaria de primera etapa y educación superior.

Entre las posibles soluciones no puede pretenderse una receta mágica. El monstruo es demasiado grande y pesado… y empieza por el modelo educativo y de apoyo a las familias. Ha de invertirse más en educación pública y de calidad, que no es sólo inversión en nuevas tecnologías. La formación ha de tener un sentido para los alumnos y, por tanto, exige diversificación en metodologías y una orientación eminentemente práctica, más que discusiones sobre la inclusión o no en los currículums de determinadas materias, cuyo contenido debería -en todo caso- impregnar el día a día de los centros formativos. Es clave dar apoyo a las familias fuera de los centros formativos y en colaboración con ellos y con los servicios sociales, lo que exige una fuerte inversión en recursos de acompañamiento.

Para favorecer un buen tránsito entre la fase educativa y la de empleo, podríamos mirarnos en el modelo alemán, e impulsar tanto en la educación secundaria de segunda etapa como en los ciclos formativos, el desarrollo de prácticas en empresas o para empresas y generar verdaderos mecanismos de aprendizaje integrado que eviten la caída en el círculo vicioso de "no trabaja porque no tiene experiencia y nunca adquiere experiencia porque no trabaja".

En el ámbito de las políticas activas, debería invertirse masivamente en programas de movilidad transnacional, ampliando la experiencia iniciada por la Red Europea de Servicios de Empleo y favorecer los intercambios de voluntariado a nivel europeo, también a imagen de la iniciativa de la Comisión Europea. Y crear servicios especializados de apoyo a los jóvenes desempleados y programas de formación ocupacional adaptados a su realidad y a su cultura.

Finalmente, en el ámbito profesional, debería controlarse el trabajo sumergido y las formas atípicas de contratación fraudulenta, así como endurecer el uso indebido de los contratos en prácticas y para la formación y limitar el tránsito de estos contratos hacia otros temporales. Deberían explorarse, a través de la negociación colectiva, mecanismos de mayor flexibilidad para los trabajadores hasta determinada edad, aprovechando las menores demandas de su ciclo vital. Siempre flexibilidad responsable, no precariedad.

Estratégicamente, los menores y jóvenes deben ser valorados como el tesoro del país. Contrariamente, no les damos el cuidado necesario para promover su formación y crecimiento intelectual y menospreciamos su falta de experiencia, asimilada erróneamente con antigüedad. Y lo que es peor, no queremos asumir el coste de su crecimiento personal, pretendiendo que otros nos los envíen formados. Pero Benjamin Button es un personaje de ficción. La vida debería ir por otros derroteros.

Esther Sánchez. Profesora de la Facultad de Derecho de Esade y consultora sénior de Baker & McKenzie Abogados

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