El único camino es ganar competitividad
China ha vuelto a sorprender por la capacidad de respuesta de su economía, que creció casi un 12% durante los tres primeros meses del año. Es cierto que el estirón incluye un sesgo, pues se compara con el primer trimestre de 2009, cuando en plena crisis internacional soportó uno de sus peores registros en años y limitó su crecimiento al 6%. También se podría poner en cuestión la calidad de las estadísticas de un país tan opaco como gigantesco. Sin embargo, ningún motivo desmerece la evidencia de que se trata de la economía más dinámica del mundo y de que su ansia de crecer es infinita.
Occidente critica con razón el modelo chino, sustentado en las exportaciones de sus manufacturas, pero fuertemente cerrado a los bienes procedentes del exterior. Algo, que, por cierto, se puede achacar a otras economías asiáticas como Japón. Estados Unidos ha amenazado con presentar un informe sobre las malas artes de las autoridades monetarias chinas que mantienen su divisa, el yuan, artificialmente devaluada para sostener sus productos a costes imbatibles. Y la competencia monetaria desleal no es la única ventaja artificial de la economía del país asiático. Sus regulaciones laborales o medioambientales, por citar dos de las más obvias, están muy lejos de los cánones exigidos en la mayoría de los países desarrollados aportando unas ventajas que no debería permitirse en una economía globalizada.
Sin embargo, esta cultura está variando lentamente y la riqueza que empieza a fluir entre determinadas capas de la sociedad china está incrementado la demanda de productos de calidad fabricados en los países que critican a China. De hecho, las importaciones crecieron entre enero y marzo 20 puntos más que las exportaciones, y la economía ha estado cerca de incurrir en déficit comercial en el trimestre. Lo que explica que el consumo haya crecido a ritmos superiores al PIB, concretamente al 18%.
Las presiones de Occidente sobre China para que homologue sus reglas de juego son lógicas y justificadas. No obstante, ni EE UU, ni especialmente Europa, pueden limitarse a contrarrestar al gigante a base de guerras comerciales, lo que, por cierto, se ha demostrado ineficaz. Además, la economía china ha generado beneficios al exportar desinflación y abaratar procesos productivos de muchas empresas occidentales. La respuesta a China pasa, pues, por un esfuerzo de empresas y países para mejorar su competitividad. Pero esto no significa que Europa, incluida España, deba mirar a China como modelo productivo, ni mucho menos social.
Afortunadamente, ese es el camino impuesto por los organismos comunitarios. El BCE reitera con acierto este mensaje y en su último boletín mensual demanda que las políticas se centren en fomentar la competitividad. Y aporta su particular recetario, que no haría mal en examinar con detenimiento el Gobierno español, especialmente en lo referido al mercado laboral. El banco central pide cambios que aporten flexibilidad en la fijación de los salarios y un aumento de los incentivos para trabajar, lo que significa rebajar las prestaciones que se abonan a los desempleados. Otra recomendación, que atañe también a España, es la reestructuración del sistema financiero. Pero las reformas estructurales no son la única asignatura pendiente de los Gobiernos para ganar competitividad. Jean-Claude Trichet considera que ha llegado el momento de que se empiecen a retirar progresivamente las medidas de estímulo y apoyo a determinados sectores. Progresivamente y con cautela, eso sí.
Estas y otras reformas son imprescindibles para competir en la era poscrisis. El Ecofin, la reunión de ministros de Economía y Finanzas que se celebra hoy en Madrid, también apuesta por hacer de la competitividad una prioridad. Estaría en un grave error si no lo hiciera así. A tal fin, los responsables de economía de la UE estudian crear un mecanismo para que todos los países sean examinados por el resto de los socios sobre sus índices de competitividad. Será un acierto que, además de servir de control, pondrá deberes a los Gobiernos menos eficaces e insuflará valor a los más indecisos. Todo, menos quedar anquilosados, como les ocurrió con la ya extinta Agenda de Lisboa.