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Columna
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Ser o no ser... ¿alemanes?

Finalmente hubo acuerdo. Precario, poco digerible políticamente e insuficiente, pero acuerdo. Y Grecia comienza un camino de recuperación, como lo demuestra su última colocación de deuda pública. Pero esta crisis deja profundas cicatrices. Y las deja porque ha puesto de relieve las diferencias existentes en el diseño de la Unión Monetaria. La secuencia de los hechos aporta algunas pistas sobre el conflicto existente. Primero, Alemania pone de manifiesto que su opinión pública, y la publicada, no están dispuestas a pagar para salvar a los dilapidadores griegos. Segundo, ante la falta de acuerdo, Gran Bretaña y Suecia lanzan la hipótesis de acudir al FMI, que para eso está. Opinión que es rebatida, de inmediato y con cajas destempladas, por la presidencia del BCE, que la considera una intromisión inaceptable. Esta oposición al FMI también es compartida por Francia. En tercer lugar, Alemania lanza su propuesta real: solución de la crisis por elevación, con la creación de un Fondo Monetario Europeo dotado de amplios poderes: para imponer disciplina fiscal a quien no la siga, para multar al reincidente y, finalmente, para expulsar de la UM al díscolo. Un verdadero gobierno de la Unión. Francia, que está a favor de un gobierno común, cree que la propuesta alemana es excesiva, en especial porque apunta a sus propias finanzas públicas. Lógicamente, Gran Bretaña se opone. Finalmente, se adopta solución salomónica: dos terceras partes de la ayuda la aportarán los socios, con préstamos bilaterales, y una tercera parte el FMI.

Quien crea que el problema se ha solucionado va errado. Y no sólo porque otros países pueden tener los mismos problemas que Grecia, y veríamos luego cual podría ser su solución. Sino, y muy particularmente, porque Alemania ha emergido de esta crisis con una posición insólitamente firme, determinada a que, finalmente, el área del euro se construya a imagen y semblanza de su patrón económico. Quiere ello decir: rigurosa disciplina fiscal, costes laborales contenidos, productividad elevada y mejoras continuas en la competitividad exterior.

Y no conviene echar en saco roto estas advertencias. En el debate generado en Alemania ya han aparecido los partidarios de llevar a su Tribunal Constitucional cualquier apoyo a Grecia, los que simple y llanamente abogan por salirse del euro o los que ponen el énfasis en la exigencia del máximo rigor a todos los socios. Así, Alemania, con el apoyo de Holanda y Austria, nos está planteando a todos que o bien nos germanizamos o no hay solución para el área en el medio y largo plazo. Francia contempla este proceso de progresiva introspección alemana con temor, ya que forma parte de un cambio cultural, de más largo alcance, en la generación de nuevos dirigentes del país, menos preocupados por las culpas provocadas por la II Guerra Mundial.

Desde un punto de vista estrictamente económico, ¿qué quiere decir un área del euro más alemana? Las bondades exportadoras alemanas se han basado, en una parte no menor, en la capacidad de compra de los países del sur y de la periferia. Además ahora se abre un largo período en que no podremos volver a este modelo. Por ello, un área más germana va a querer decir menor crecimiento de la demanda interna y menor avance de la actividad y el empleo. Esto es lo que implica la mayor dureza y la disciplina que Alemania nos exige a todos.

Para nosotros, una España más competitiva, con menor avance de la demanda interna (consumo privado y público e inversión en construcción) define un modelo de crecimiento calvinista que nos es extraño y que sólo en contadas excepciones hemos seguido, y siempre por presiones exteriores en el contexto de planes de estabilización imprescindibles. La última entre 1995 y 1998, para llegar a tiempo al examen de Maastricht. Pero, ¿hay otras alternativas? En los mares de la globalización, la salida de la Unión Monetaria, ciertamente, no es una opción viable. Sólo nos queda ser… alemanes. Si no seguimos su estela, quizás su buque siga otros derroteros distintos al nuestro. Y ello, de buen seguro, no nos conviene en absoluto. Será duro, ya que no es nuestro estilo. Pero seremos alemanes… o no seremos.

Josep Oliver. Catedrático de Economía Aplicada

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