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Columna
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La era de Montagu Norman

Hay obstáculos difíciles para la creación de un Fondo Monetario Europeo (FME). Pero si pueden modificarse o esquivarse si los tratados relevantes, una organización de ese tipo podría abordar de forma efectiva el problema central de la eurozona: la falta de una política de coordinación fiscal.

Cuando se creó el euro, los comentarios apuntaban a que los criterios de Maastricht para la política fiscal eran demasiado débiles para garantizar una coordinación apropiada, dejando a los países más derrochadores libres para hacer peligrar el sistema. Los euroescépticos predijeron entonces un final fatal o una rendición inaceptable de la soberanía en favor de una autoridad fiscal central.

Una década después, esos argumentos parecen justificados, al menos en parte. La política monetaria común ejerce una disciplina menor de lo que los Gobiernos derrochadores necesitan, mientras que la lengua y otras barreras impiden una mayor movilidad de los trabajadores y hunden los salarios en los países en los que aumentaron en exceso.

Un FME haría que los alemanes emigraran a Grecia, pero podría resolver los problemas fiscales. Al igual que el FMI podría proporcionar una saludable disciplina a los países de la zona euro que se hayan metido en problemas. La clave sería las condiciones de los préstamos: el dinero sólo iría a los países que efectuaran drásticos recortes en el sector público y las pensiones, y restricciones de la asistencia sanitaria y de los salarios en general.

Los políticos de los países receptores saben que es necesaria una cura amarga, aunque al mismo tiempo tienen que enfrentarse a las tremendas críticas de los votantes. Están tentados de presionar a sus homólogos para favorecer un trato más suave. Un FME dirigido severamente por los bancos centrales, sin embargo, podría permitirse el lujo de ser odiado. Los potenciales países clientes harían todo lo posible par impedirlo, lo que sería bueno para todos.

Es improbable que Reino Unido se convierta en miembro fundador del FME, no obstante, el fondo debería tomar el modelo británico -el Banco de Inglaterra bajo el mandato de Montagu Norman-. En 1931, forzó la formación del Gobierno Nacional fiscalmente responsable antes de abandonar el patrón oro. Norman fue vilipendiado, pero Reino Unido evitó lo peor de la Gran Depresión y disfrutó de un rápido crecimiento económico después. Lo más cercano hoy en día a Norman sería Otmar Issing, el ex economista jefe del BCE que actualmente asesora a la canciller Merkel en contra de un débil plan de rescate a Grecia.

Por Martin Hutchinson

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