La crisis vista desde fuera
En las últimas semanas hemos asistido desde fuera de España con cierta perplejidad a la cadena de interpretaciones y mensajes que se han originado desde el Gobierno y sus círculos próximos en relación a la crisis en Grecia y al efecto contagio que estaba teniendo sobre España, y a los análisis de la situación por medios y expertos de otros países.
Esta reacción llego a su máximo exponente con las manifestaciones del ministro de Fomento, José Blanco, cuando declaró que "nada de lo que está ocurriendo en el mundo, incluidos los editoriales de periódicos extranjeros, es casual o inocente". Según el ministro el "ataque al Euro" es el resultado de "maniobras turbias'" de los "especuladores financieros que originaron la crisis y que ahora que estamos saliendo de la crisis, no quieren que se regulen los mercados para así poder volver a hacer de las suyas". Todo parece indicar que otros miembros del Gobierno, incluido el presidente, comparten esta interpretación.
Pese a que es indudable que hay especulación en los mercados, que en ocasiones reaccionan con exageraciones en el corto plazo, y que en ocasiones las publicaciones extranjeras cometen errores en sus análisis que pueden ser muy dañinos, es erróneo insistir en teorías conspirativas que no sólo niegan la realidad sino que también restan credibilidad. Los mercados esperan hechos, y respuestas a los problemas, no sólo palabras. Es por ello que en estos momentos de turbulencia e incertidumbres es mucho más inteligente y productivo reconocer las debilidades de nuestra economía y presentar las soluciones que se van a llevar acabo para resolverlas que enroscarse en conspiraciones estériles.
Hay que poner también en perspectiva estas críticas porque lo que se ha publicado en la prensa extranjera en las últimas semanas sobre la economía española se ha escrito mil veces en la española en los últimos años. Además, y pese al riesgo de parecer soberbio, hay que recordar que muchísimos de nosotros llevamos años advirtiendo de que, pese a la transformación profunda y positiva que ha experimentado el país y nuestro tejido empresarial en las últimas décadas, nuestra economía también presentaba unos profundos desequilibrios y que era imprescindible confrontarlos porque eran insostenibles.
Además es importante que reconozcamos de una vez que, por más que queramos seguir culpando a la crisis financiera global y a las políticas de Estados Unidos de nuestra situación actual, una grandísima parte es el resultado de nuestras propias políticas y de las decisiones que nuestros Gobiernos han tomado (o han dejado de tomar) en las ultimas décadas.
Pese a que es cierto que antes de la crisis nuestra deuda era comparativamente baja (un 43%) y que teníamos un superávit presupuestario, una regulación del sistema bancario ejemplar, y empresas que se han convertido en líderes mundiales en muchos sectores; también es cierto que los bajos intereses asociados a nuestra entrada en el euro y el flujo masivo de capitales extranjeros contribuyeron a la creación de una burbuja en el sector inmobiliario insostenible. Además el rápido crecimiento económico estaba también marcado por un aumento de la inflación (los precios subieron entre 2000 y 2008 un 35%), que lleva a una pérdida muy importante de la competitividad. Estos problemas eran fundamentalmente autóctonos y hubiesen explotado tarde o temprano con crisis global o sin ella.
En definitiva, es esencial que tengamos la capacidad de análisis y autocrítica para reconocer las cosas que se han hecho mal, y admitir que no hemos acometido a tiempo las reformas imprescindibles que se necesitaban para cambiar un patrón de crecimiento basado en gran parte en el ladrillo y el consumo que no era sostenible. Mientras sigamos echando balones afuera y culpando a otros de nuestros problemas sin reconocer errores propios, no seremos capaces de implementar las reformas y las medidas necesarias para poder resolverlos.
Lo peor de la crisis actual sería que no cambiase casi nada y que volvamos a repetir los errores del pasado. Los eventos de los últimos días deben de servir de recordatorio de lo mucho que está en juego y de la urgencia de tomar las medidas necesaria para confrontar los retos a los que nos enfrentamos. No sólo nos lo exigen los especuladores sino mucho más importante nuestros parados y las generaciones futuras.
Sebastián Royo. Director del campus madrileño de la Universidad de Suffolk