Europeo hasta la médula
hasta ahora conocido como 'míster Pesc', Solana vuelve a las aulas. Un hombre con alma de negociador y corazón europeísta
La guerra es, desgraciadamente, tan antigua como la humanidad misma. Y como los conflictos armados siempre salieron caros y resultaron desagradables, rápidamente se inventó la diplomacia. Un arte éste esencialmente maquiavélico en sus inicios y que fue creciendo en complejidad a la par del desarrollo de las sociedades. Hay quien dice que el mayor proyecto diplomático de la historia es la Unión Europea, ya que los Estados miembros no sólo mantienen buenas relaciones entre sí, sino que además han cedido competencias soberanas -entre ellas nada más y nada menos que la política monetaria- a una entidad supranacional común. Aunque el modelo de integración europea no es ni mucho menos perfecto, es admirado en el mundo entero. Como también lo es la que hasta ahora ha sido su cara más visible: Javier Solana Madariaga (Madrid, 1942), el primer y último Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, más conocido como míster Pesc.
Tras diez años en el cargo, Solana se va de Bruselas. Y ha decidido volver a la docencia, aunque en vez de en su cátedra de Física del Estado Sólido se centrará en lo que ahora mismo más domina: la arena internacional. Presidirá el nuevo Center for Global Economy and Geopolitics de Esade, que en palabras de Carlos Losada, director general de la escuela de negocios, pretende erigirse como referencia en la materia acercando "el diagnóstico geopolítico a la globalización económica, dos realidades que no se suelen articular bien".
En los manuales de la carrera diplomática hay tres conceptos que destacan sobre los demás: representar, informar y negociar. Ámbitos en los que Solana ha demostrado con creces su destreza. Y eso que el primero de ellos, aunque parezca el más sencillo, tiene una dificultad añadida en el caso de la UE: su compleja amalgama de instituciones y cargos. El ex secretario de Estado Henry Kissinger, premio Nobel de la Paz de 1973 por negociar el final de la guerra de Vietnam -que no acabó hasta 1975- y uno de los máximos exponentes del llamado realismo político, preguntó una vez en público qué número tenía que marcar para llamar a Europa. Su intención no era otra que aludir a la recurrente división entre sus países, la multiplicidad de cargos y agencias y la ausencia de una política exterior comunitaria. Solana, pese a no tener poderes ejecutivos, llenó durante una década ese vacío.
Fue al frente de la OTAN cuando tuvo que tomar la decisión más difícil de su carrera: ordenar el bombardeo de Yugoslavia
Cuentan los que se dedican al mundo de las organizaciones internacionales que en EE UU, país tradicionalmente escéptico en cuanto al funcionamiento de la maquinaria europea, hay dos nombres que todo el mundo conoce. Uno es el del comisario de Competencia de turno -desde noviembre, Joaquín Almunia-, cuyas decisiones afectan y mucho a los negocios transatlánticos. Y el otro es Javier Solana, el hombre que hasta ahora daba la cara por Europa en los foros internacionales. No en vano, Cristina Gallach, su mano derecha, fue incluida recientemente por el Financial Times en la lista de las 30 personas más influyentes de Bruselas, el lobby de lobbies europeo.
Y es que, pese a licenciarse y doctorarse en Ciencias Físicas, Javier Solana siguió la estela de su abuelo, el también político y diplomático -además de escritor- Salvador de Madariaga. Se afilió al PSOE en 1964, cuando éste aún era ilegal, lo que le valió la expulsión de la Universidad Complutense y el tener que acabar sus estudios en EE UU. Participó en el congreso de Suresnes de 1974. Ya en democracia contribuyó a la transformación del partido, y cuando éste ganó las elecciones fue nombrado ministro de Cultura (1982-1988) y luego de Educación y Ciencia (1988-1992).
La carrera diplomática de Solana comenzó en 1992. Ese año recibió la cartera de Asuntos Exteriores, que abandonó en 1995 para ocupar la secretaría general de la OTAN. Con su labor al frente de la Alianza Atlántica, entonces en plena crisis de identidad debido a la reciente descomposición de la URSS, se ganó el respeto en Europa y EE UU que posteriormente le impulsaría hasta la coordinación de la política exterior común. Negoció personalmente lo que se conocería como el Acta Fundacional, firmada en 1997 por Rusia y los 16 países de la OTAN, y que establecía las pautas de las relaciones entre los antiguos bloques, con lo que se cerraba definitivamente la Guerra Fría.
Pero fue también al frente de la OTAN cuando tuvo que tomar la decisión más difícil -y discutida- de su carrera: ordenar el bombardeo de Yugoslavia (abril de 1999), la primera acción militar de la historia de la Alianza, para forzar el cese del expansionismo serbio en Kosovo dirigido por Slobodan Milosevic.
En 1999, con la entrada en vigor del Tratado de Ámsterdam, inició su labor como míster Pesc. Durante sus diez años en el cargo representó a la UE en las negociaciones de paz en Oriente Próximo, condujo la transición en los Balcanes, reformuló las relaciones estratégicas de la Unión con sus vecinos y, tras la guerra de Irak y las tensiones diplomáticas que causó entre EE UU y varios países europeos, trabajó en la recomposición de las relaciones transatlánticas.
Es precisamente su capacidad para añadir valor en todos los conflictos en los que ha intervenido y el hecho de no haber rehuido nunca los problemas lo que siempre ha llamado la atención a Losada y el claustro de Esade.
Su aspecto sosegado, de expresión casi melancólica, contrastan con la profundidad de unos ojos que translucen experiencia. Como si llevasen escrito que su poseedor tiene casi 30 años de experiencia en las más altas esferas de la política. Y de ese tiempo conserva muchos amigos. Como José Borrell, que confía en que cuando Solana se instale en España ambos retomen la costumbre que tenían hace 15 años de caminar por los Pirineos.
Un ministro belga dijo una vez que Europa era un gigante económico, un enano político y un gusano militar. Está claro que el gigante y el gusano siguen ahí, pero no cabe duda de que además de darle un número de teléfono, Solana ha hecho crecer al enano.