La UE estrena el Tratado de Lisboa tras ocho años de negociaciones
Ayer entró en vigor el Tratado de Lisboa, las normas que a partir de ahora rigen la actividad de la UE. Las principales autoridades comunitarias celebraron en la capital portuguesa el estreno de una reforma que han tardado casi una década en culminar.
La ceremonia tuvo lugar en los jardines de la Torre de Belém lisboeta y contó con la presencia del Gobierno portugués; del presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero; del primer ministro sueco y presidente de turno de la UE, Fredrik Reinfeldt; del presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso; y del presidente del Parlamento europeo ,Jerzy Buzek.
Pero sin duda la estrella del acto era el flamante presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, que ayer estrenó ese cargo creado por el Tratado de Lisboa. "La unidad es la fuerza", afirmó Van Rompuy en su primer acto oficial.
La nueva Alta Representante para la Política Exterior, Catherine Ashton, en cambio, no asistió. Hoy tiene su primera cita ante el Parlamento Europeo, en la que podría cuestionarse su aparente falta de experiencia internacional para un cargo que hereda de Javier Solana, pero con muchos más recursos y competencias gracias al nuevo Tratado.
Los asistentes describieron el texto pactado hace dos años en Lisboa como un hito en la construcción europea. Para el polaco Buzek, la entrada en vigor del Tratado supone "el comienzo de una nueva era". El sueco Reinfeldt aseguró que a partir de ahora "la UE se vuelve más democrática (...) y las instituciones deberán tener un diálogo más regular con los protagonistas de la sociedad civil".
Más allá de la inevitable grandilocuencia de los actos protocolarios, las instituciones comunitarias se afanaban ayer por aclarar la aplicación exacta de la letra pequeña del Tratado, como la necesidad de renovar o no el mandato de Jean-Claude Juncker, presidente del Eurogrupo (consejo de ministros de Economía de la zona euro).
Y lejos de la oratoria oficial, la sensación dominante en Bruselas era la de alivio por dar carpetazo haber a una reforma institucional que se esperaba cerrar en 2004, tras tres años de negociaciones, y que se ha prolongado durante un lustro más.
En el camino se ha quedado la ambición política y simbólica del proyecto inicial, que aspiraba a pactar la primera Constitución europea. Tampoco se ha logrado reducir el tamaño de la Comisión Europea, que seguirá contando con un miembros por país. Y el nuevo sistema de voto en el Consejo de Ministros, directamente proporcional a la población de cada Estado, no entrará en vigor plenamente hasta 2017 (desde 2014 se aplicará, pero en paralelo con el sistema actual de votos ponderados por país.
A pesar de todo, el nuevo Tratado amplía las competencias del Parlamento europeo en materia presupuestaria, agrícola y judicial. Por primera vez, establece el derecho de iniciativa ciudadana, que permitirá sugerir a Bruselas un proyecto legislativo si se cuenta con el aval de un millón de firmas.
A la búsqueda de otro gran proyecto
La UE puso ayer fin, tal vez para siempre, a su azarosa búsqueda de un marco institucional que le permita funcionar con agilidad aunque su número de socios siga creciendo. El alivio es patente entre las instituciones comunitarias. Pero también se empieza a acusar la sensación de vacío que deja siempre el final de una tarea obsesiva. "¿Cuál será el próximo proyecto global de la UE?", se preguntaban ayer Antonio Missiroli y Janis Emmanouilidis, en un comentario conjunto del EPC (European Policy Centre), un instituto de estudios independiente con sede en Bruselas. "En los noventa fue el Mercado interior y la unión monetaria, después la ampliación, y más tarde el nuevo Tratado", recordaban los dos analistas. A su juicio, la UE necesita "un gran proyecto y una razón de ser" para catalizar su dinamismo y preservar lo logrado hasta ahora. Missiroli y Emmanouilidis creen que la estructura de la nueva Comisión, anunciada el pasado viernes por su presidente José Manuel Barroso, no responde a esa necesidad.