2020, otra realidad
Estamos en el verano de 2020. CincoDías me ha pedido una columna para recordar la evolución del sector inmobiliario desde aquellos años duros que comenzaron con la crisis de liquidez en el verano del 2007.
Recuerdo aquel pésimo 2009 donde no paraban de publicarse malas noticias: situaciones concursales, adjudicaciones de activos, cierre de empresas.... Además, habíamos perdido la oportunidad de celebrar en Madrid los Juegos Olímpicos de 2016.
Parecía que, en España, el agravante de esta situación era el sector inmobiliario. Nadie apreciaba que en los más de diez años de bonanza de la economía española el sector inmobiliario había capitaneado en gran medida el desarrollo económico que nos había llevado a niveles de progreso similares a los de las economías más avanzadas de Europa. Entonces, esa locomotora había descarrilado y, de golpe, todos sus ocupantes -entidades financieras, accionistas, promotores, empleados, constructores, proveedores y particulares- sufrían las duras consecuencias del accidente.
Recuerdo que en el otoño de 2009 hice varios viajes al extranjero para proponer a fondos internacionales que invirtieran en España, pues estaba convencido de que, a su justo precio, nuestro país ofrecía unas condiciones extraordinarias para vivir: el sol, el clima, la alimentación, los paisajes, su cultura, la gente, incluso las condiciones sanitarias, eran argumentos objetivos para asegurar que éste era un lugar privilegiado para disfrutar largas temporadas.
En la década del 2010 comenzaron a jubilarse en Europa las generaciones del baby-boom. Solía comentar que si Florida y California habían pasado de 3 y 10 millones de habitantes en 1950 hasta 18 y 37 millones respectivamente a comienzos del siglo XXI, en las zonas de turismo residencial, si se hacía correctamente, podríamos tener unos importantes crecimientos de población.
Creo recordar que la clave que produjo el cambio fue darnos cuenta en 2010 de que este país no saldría adelante sin reconstruir un sector inmobiliario fuerte. Nos interesaba a todos: desde la Administración para equilibrar sus cuentas, hasta los ciudadanos que tenían invertido su particular fondo de pensiones en propiedades inmobiliarias.
Entonces apreciamos que no teniendo muchas más riquezas naturales que las citadas anteriormente, bien aprovechadas podrían ser más valiosas que las minas de diamantes. También reconocimos que el verdadero I+D consistía en disponer de una excelente información inmobiliaria, construir edificios ecológicos, conseguir un césped que apenas consumiera agua para campos de golf de secano, o desarrollar una red de puertos de cruceros que permitieran la llegada de millones de nuevos visitantes.
El punto de inflexión fue un trabajo de todos uniendo las capacidades políticas, financieras y empresariales. Todo comenzó con una singular campaña comercial de notoriedad en el extranjero sobre la calidad de vida española.
La Administración empezó a proporcionar información fiable segmentada por micromercados que permitió ajustar precios a la realidad del momento. Fue diligente en los procesos de calificación de suelo, lo que abarató los precios de salida y la normativa permaneció estable.
Las entidades financieras alargaron los plazos de vencimiento de las facilidades concedidas a sus acreditados, y se dotaron de verdaderos profesionales expertos en este sector, pues aunque nadie se creería cardiólogo por tener corazón, raro era quién no se consideraba experto inmobiliario por vivir en una propiedad.
La demanda se fue reactivando y, gracias a la mejora de la información inmobiliaria, pasamos del mundo de mitos y leyendas urbanas en el que nos encontrábamos en 2009 a contar con bases informativas rigurosas. La transparencia y los profesionales permitieron la afluencia del capital internacional.
La demanda minorista de vivienda vacacional de largas temporadas se fue consolidando y constituyó una de las industrias estratégicas de la economía española. En cuanto a la inversión mayorista, y aunque al principio fue predicar en el desierto, poco a poco fuimos obteniendo respuestas positivas: llegaron inversores de propiedades en alquiler, posteriormente de suelo calificado para cobertura de inflación en sus carteras, finalizando con compras de participaciones de empresas cotizadas que, tras un proceso de concentración, resultaron ser el origen de los nuevos gigantes inmobiliarios, de mayor tamaño que las referencias de años anteriores.
Gracias a estas medidas se consiguió encarar la crisis desde 2010 y con muchos años de esfuerzo, de evolución sostenida y sin las plusvalías de antaño, superamos en 2012 el fin del Mundo Maya, el periodo de Pedro el Romano de S. Malaquías, e incluso las centurias V, 24 y 25 de Nostradamus.
Espero desde una grada el comienzo de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos que, ahora sí, se celebran en Madrid, otra prueba más de que si reconocemos nuestra realidad y trabajamos unidos, aún nos quedan por disfrutar merecidas jornadas de gloria.
Jesús García de Ponga. Consejero de Metainversión, presidente de Capital Union y ex consejero delegado de Metrovacesa