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La opinión del experto

Ciclos y líderes: el ejemplo de Vespasiano

Javier Fernández Aguado viaja hasta la Roma imperial para exponer la importancia de poseer un buen modelo de crecimiento, así como el líder que lo dirija, para superar las situaciones difíciles.

Los ciclos económicos son en parte inevitables. Pero son sólo uno de los elementos que es preciso tener en cuenta a la hora de analizar una crisis económica. Existen otros dos factores, en este caso endógenos, a los que no siempre se presta la atención precisa. Analizar la crisis como si fuera algo que sucede ajeno a nuestra voluntad, y que desaparecerá cual tormenta de verano que se lleva el tiempo, es una actitud tan cómoda como mendaz.

Para enfrentarse a una recesión es preciso tener en cuenta el modelo de crecimiento que será aplicado, y también quién será la persona que dirija el proceso. Una vez más, la historia es el caladero donde podemos encontrar propuestas de interés para nuestras decisiones actuales.

El suicidio de Nerón, tras el levantamiento de Galba, en el año 68 d.C. dejó a Roma en una situación caótica. No en vano ese año sería conocido como el de los cuatro emperadores, pues en ese número se sucedieron en apenas doce meses. Soslayo ahora esos sucesos, que ya he analizado en otro lugar, para centrarme en la diferencia entre el gobierno de Nerón y el de Vespasiano.

Nerón Claudio César Augusto Germánico, habitualmente conocido como Nerón, comenzó su gobierno con sentido común, el 13 de octubre del 54, con dieciséis años de edad. Llegaba al poder -a decir de muchos historiadores- gracias a que Agripina, su madre, había envenenado al emperador Claudio. Los primeros años de su reinado, gracias al parecer en buena medida a los consejos que Séneca le daba, son ejemplo de buena administración. Las cuestiones de Estado se abordaban con rigor, contando con el Senado y con una orientación adecuada para el bienestar de sus súbditos.

Sus devaneos con Claudia Actea, desatendiendo a sus obligaciones con su esposa Octavia, suelen mencionarse como uno de los puntos de inflexión en su conducta de gobernante. Cuando Británico, vástago del fallecido emperador Claudio, llegó a la edad de 14 años, y un día antes de la proclamación de la misma, fue envenenado por orden de Nerón, que no estaba dispuesto a que nadie pudiese disputarle el trono.

A partir de ese momento, su perturbación empezó a incrementarse de forma particularmente peligrosa para quienes le rodeaban. Y es que cuando alguien pierde el norte, los paganos suelen ser los colaboradores.

Tras el año de revueltas que vio pasar por el trono o por sus aledaños a Víndex, Galba, Otón y Vitelio, llegaría a convertirse en emperador Tito Flavio Vespasiano, general prudente, apreciado por sus legiones. Tenía sesenta años de edad y llegaba de luchar en el frente, con los judíos en Palestina.

Lo primero que hizo Vespasiano, como cualquier gobernante que se precie, fue elegir un buen modelo. En este caso, el de Augusto, de quien siempre se sintió continuador. A partir de ahí, comenzó a planificar objetivos retadores pero posibles. En primer lugar, definió una guardia pretoriana que estuviese compuesta de gente leal, procedente de la península Itálica. Enseguida emprendió una política económica sensata, frente a los absurdos dispendios a que Nerón había sometido al Tesoro.

Consideró Vespasiano que era mejor contar con unos funcionarios bien pagados y eficaces que con una masa de gente desmotivada y escasamente eficiente. Para los problemas exteriores eligió a quien consideraba de mayor eficacia. En este caso -y no es lo habitual- a su hijo Tito. æpermil;l se centró en racionalizar las cuentas del Estado, reduciendo los gastos que asfixiaban a las arcas públicas en un bucle indefinido y perverso.

En su proceso de racionalización de los impuestos, hizo que Grecia volviese a tributar, pues había sido una decisión aleatoria de Nerón el condonar a ese territorio sus aportaciones fiscales. En su proceso de política hacendística instituyó un controvertido impuesto que obligaba a pagar por el empleo de las letrinas públicas. Su hijo Tito manifestó su desacuerdo, pero Vespasiano se mantuvo en sus trece. Mostró un denario a su díscolo retoño y, a la vez que le ponía la moneda bajo la nariz, le espetó: "Pecunia non olet" (el dinero no huele).

Cuando las finanzas ya se encontraban saneadas, siguió Vespasiano sus reformas, comenzando por renovar tanto el Senado como el orden ecuestre. En ese momento aprovechó para integrar en esos cuerpos a determinadas familias de origen plebeyo, concediendo incluso títulos de nobleza para que -aprovechando las circunstancias- sus fieles ocuparan puestos desde los que podrían apoyarle.

No todas sus decisiones merecen el juicio favorable de la historia. Por ejemplo, ordenó extraditar a los filósofos de la urbe y tampoco impidió la condena a muerte de Cayo Helvidio Prisco, portavoz de sus antagonistas en el Senado. æpermil;ste le había dicho: "Con mi cuerpo haz lo que quieras, pero mi alma es inmortal y no callará ante lo que considero injusticias".

Con todo, no fueron -para los estándares de la época- demasiadas sus acciones de este tipo. Es más, se le conoce más bien por su benevolencia. Y también, por qué no decirlo, por su buen humor. Cerca ya de su muerte, bromeó: "Creo que me estoy convirtiendo en un dios".

En una década de buen gobierno, y con un adecuado modelo de gestión, Vespasiano reparó los casi tres lustros de despropósitos de Nerón, representativo ejemplo de directivo-patán.

Javier Fernández Aguado. Socio director de Mindvalue

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