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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El tamaño y el riesgo en la era 'post-Lehman'

Las autoridades monetarias de EE UU apostaron a que la caída de Lehman Brothers hace poco más de un año tendría unas consecuencias controlables, y aprovecharon el colapso del hasta entonces honorable banco de inversión para mandarle un mensaje al mercado, confiado hasta entonces en que no se dejaría caer a una entidad tan gigantesca, con una sombra financiera tan alargada. Pero la cadena de temor desatada por una estructura financiera en la que los activos de unos bancos, sanos o no, estaban enganchados a los de otros, sanos o no, como lo están entre sí las cerezas de una cesta, provocó una corrección rápida de la apuesta, con el consiguiente sobrecoste para las arcas públicas.

Tal avalancha de recursos absorbidos por el sistema financiero, especialmente llamativo en Estados Unidos por la presencia exagerada de banca de inversión, y en Reino Unido, por la hipertrofia de un sistema financiero descomunalmente apalancado, ha abierto un debate sobre la conveniencia de mantener o no bancos excesivamente grandes. El concepto de banco sistémico, no definido en la regulación pero que en teoría define a las entidades con presencia multigeográfica en todas las divisas y con riesgo en todos los tipos de activo, está en revisión. Del "demasiado grande para caer", se ha pasado al "demasiado grande para existir", y se plantea sin ningún distingo sobre el tipo de negocio explotado, el nivel de riesgo asumido o el mecanismo de captación de recursos usado.

Tiene más sentido acuñar el principio de "demasiado riesgo asumido para existir" para conducir el debate y la reforma, porque, entre otras cosas, respetará las historias bancarias de éxito, que han contribuido a la bancarización de economías emergentes, básica para garantizar su crecimiento equilibrado, con la canalización de los flujos de ahorro y crédito en la forma y las cantidades precisas. La regulación futura no debería coartar las iniciativas bancarias que han explotado la búsqueda de recursos en la captación de clientela particular minorista, y que han repartido el riesgo también en clientela minorista, además de separar con un acertado sistema de filiales tanto el riesgo de liquidez como el de crédito. Eso es precisamente lo que han hecho los bancos españoles aquí, y fuera de aquí. Y con ello han demostrado una notable resistencia a la crisis financiera.

Los modelos de negocio con mayores niveles de riesgo, fundamentalmente aquellos que hacen intermediación de productos sofisticados, deben llevar aparejados niveles más exigentes de capital, además de someterse, como ya hace la banca española, a mecanismos de supervisión más estrictos y cercanos. Y todo ello amparado en una regulación común para todos los agentes del mercado, que recoja mecanismos de liquidación rápida de las entidades que entren en crisis, para evitar dominós indeseados.

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