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Tribuna
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Dos fuerzas contrapuestas

La cotización del dólar respecto al euro parece una montaña rusa. Desde marzo, hemos visto cómo un euro pasaba de valer 1,25 dólares, a 1,5 la semana pasada. Un incremento del 20% en poco más de un semestre que, en una época de crisis como la actual, acentúa las dudas sobre el futuro del dólar como moneda de reserva. Un futuro en el que influirán, entre otras, dos importantes fuerzas: el Gobierno chino y la Reserva Federal.

Hemos podido leer últimamente algunas teorías conspiratorias acerca del papel que podría estar jugando China para favorecer la caída del dólar, algo poco probable. Es cierto que, entre sus objetivos, está el de potenciar el papel del yuan como moneda de reserva internacional, hasta el punto de comenzar a utilizarlo como medio de pago en transacciones con Brasil o Rusia. Pero no es menos cierto que China cuenta con más de dos billones de dólares en reservas. Y que, a falta de alternativas claras, esta cifra seguirá creciendo en los próximos años. Si a eso le añadimos el debilitamiento que su balanza comercial registrará este ejercicio -las exportaciones han caído un 6% más que las importaciones-, nos encontramos ante un escenario con escasos incentivos para que China empuje el dólar a la baja. Cuanto más fuerte sea el dólar y más bajo cotice el yuan -algo que, hasta ahora, han logrado mediante la compra de treasuries y las exportaciones valoradas en moneda americana-, mayor será su crecimiento económico basado en el sector exterior. Queda la duda de si el Gobierno chino mantendrá esta estrategia ahora que el déficit público norteamericano está alcanzando máximos históricos.

La Reserva Federal, por su parte, puso en marcha una batería de medidas extraordinarias destinadas a aumentar la liquidez en la economía, desde el mismo momento en que comenzó la crisis. La espectacular ampliación de la base monetaria efectuada en estos meses parece haber servido para frenar la desaceleración económica y anticipar la recuperación. Al mismo tiempo, sin embargo, despierta enormes dudas, pues se teme que acelere la aparición de la inflación, con la consiguiente erosión del dólar. Para controlarla, la Fed tendría varias opciones. Lo lógico es que optara por incrementar el tipo de referencia o por absorber parte de la liquidez inyectada en la economía. Para esto último, tendría que vender al sector privado muchos de los activos adquiridos al Gobierno, favoreciendo el incremento de los tipos de interés. De este modo, se lograría frenar la inflación a la vez que se robustece el dólar, pero se lastraría la recuperación. La excesiva dependencia mostrada por la Fed respecto del Gobierno Obama hace que esta posible vía de acción, tan difícil de vender políticamente, pierda enteros, empujando el dólar a la baja.

Si el debilitamiento del dólar se afianzara, veríamos importantes alteraciones en la dinámica comercial mundial. En EE UU nacerían interesantes oportunidades para el país y sus empresas. Si desde el G-20 se reclamó con insistencia la necesidad de "acabar con los desequilibrios globales" -un eufemismo que hablaba del enorme déficit comercial norteamericano-, ésta podría ser una buena ocasión para acercarse a dicho objetivo. El abaratamiento relativo de los productos norteamericanos, siempre que los diferenciales de inflación se mantuvieran constantes, potenciaría sus exportaciones y reduciría así su déficit exterior (el FMI señala que alcanzará el 2,2% del PIB en 2010). En Europa sucedería justo lo contrario. Dada su baja competitividad, sus exportaciones caerían con fuerza en favor de productos americanos más baratos, como ya sucedió en otros momentos de debilidad del dólar. Esta situación, sería especialmente complicada para aquellos países que cuenten con importantes lazos comerciales fuera de la misma, como Alemania.

En un escenario plagado de incertidumbres, sobresale una certeza: Europa debe implicarse y, como dijo el G-20, ejecutar reformas estructurales que incrementen la competitividad de sus empresas y productos, impulsando sus exportaciones. En esta montaña rusa no hay forma de saber si detrás de la siguiente curva hay una empinada pendiente o una tremenda caída.

Gonzalo Gómez Bengoechea. Departamento de Economía del IESE

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