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Columna
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Brasil como ejemplo

Una de las conclusiones del G-20 de la semana pasada, en mi opinión una de las más relevantes, fue la confirmación oficial de un papel más relevante en la esfera política internacional de los países emergentes, especialmente los BRIC. Y su traslación hacia una mayor importancia dentro del poder de decisión del FMI. Aunque el aumento del 5% en los derechos de voto dentro del organismo fue menor de lo que inicialmente pedían, por encima del 7%. Pero es evidente que el camino que muchos esperan, creciente papel de las economías (Gobiernos) en la esfera internacional, ha quedado asentado tras el G-20. Es más, la propia cumbre, su consideración como un sustituto natural del G-8, ya supone en sí un paso significativo en la deslocalización de los órganos de decisión a nivel mundial. Un cambio merecido. Pero no gratuito, con costes potenciales especialmente en el corto plazo.

No voy a referirme a China, implícitamente aludida en el comunicado de la cumbre al considerar la necesidad de reducir los desequilibrios en el crecimiento mundial. Esto significa reconvertir su economía de una volcada a la exportación a otra donde el mayor dinamismo venga de su demanda interna. Y pienso en el consumo, cuando existen riesgos claros de sobrecapacidad en muchos sectores que podrían pasar a ser riesgos mundiales si se amplía la sobrecapacidad de producción actual. Un crecimiento más equilibrado significa beneficiar al resto del mundo con su demanda, sacrificando de esta forma parte de elevado dinamismo interno. La flexibilidad del tipo de cambio, mayor libertad en los flujos de capital, son sólo dos de las condiciones para lograrlo. No, será complicado a corto plazo. Pero la alternativa extrema, un aumento del proteccionismo que ahora ya comienza a vislumbrarse, no es realmente una opción. Sería, simplemente, la consecuencia del fracaso en la creciente coordinación mundial para combatir la crisis (presente y futura).

La crisis ha surgido en los países desarrollados, resultado de la acumulación de numerosos excesos pasados que ahora intentan corregirse. Pero sus consecuencias han sido mundiales, afectando de esta forma también a los países en desarrollo a través de las vías financiera y comercial. Naturalmente, materializando las debilidades subyacentes que tienen muchos de estos países. Pienso en Europa del Este.

Aunque también resaltando las fortalezas de otros. En este último caso, sin ninguna duda, se encuentra Brasil. La reciente decisión de una agencia de rating de elevar su grado a inversión ante la resistencia mostrada por la economía en los últimos meses ha sido una decisión aplaudida. Antes de la cumbre del G-20, el presidente Lula se mostraba convencido de que la economía puede crecer a tasas del 2% en la segunda parte del año. Y podría superar el 5% durante 2010. En nuestra opinión, la inflación se mantendrá dentro del rango objetivo del 4% en los dos próximos años. La mejora en el déficit por cuenta corriente es evidente, cuando esperamos un déficit por cuenta corriente del 1% del PIB en 2010 (1,8% es la previsión para este año). Y esperamos una caída del déficit público hasta niveles del 1,4% para el próximo ejercicio, tras repuntar hasta el 2,9% este año. Sí, el perfil de comportamiento de la economía brasileña es encomiable. Las decisiones de su Gobierno, acertadas.

Todo parece tan positivo que llama la atención, en un escenario como el actual con tantos claroscuros. Bien, también existen cuestiones de debate en Brasil que deben ser mencionadas. La sobrevaloración de su moneda, que ha oscilado entre 1,57 y 2,6 con respecto al dólar en el último año. En lo que llevamos de ejercicio la moneda norteamericana se ha depreciado más del 20% frente al real, acentuando las alertas a nivel político. Las intervenciones del Banco Central de Brasil comprando dólares se han convertido en habituales. El Gobierno brasileño ha reconocido su preocupación sobre una caída excesiva del dólar y por la elevada volatilidad en los mercados de divisas si se acentúan los flujos de inversión a corto plazo hacia su país. Pero, ¿cómo impedirlos? Algunos economistas aluden a la posibilidad de establecer restricciones a los movimientos de capital, algo impensable en una crisis como la actual.

¿Y el riesgo de inflación? El Banco Central ha admitido que la inflación no supone una amenaza en estos momentos, cuando esperamos que los tipos de interés se mantengan en niveles del 8,75% actual hasta bien entrado 2010. O incluso hasta 2011.

José Luis Martínez Campuzano. Estratega de Citi

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