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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Que la quiebra de Lehman sirva de lección

El próximo martes se cumple el primer aniversario de lo que sin duda pasará a los libros de historia como el gran hito de la actual crisis, la quiebra de Lehman Brothers. Todavía están frescas las imágenes de los ejecutivos del otrora gigante financiero acarreando cajas de cartón con sus pertenencias. Y todavía persiste el escalofrío que recorrió la columna vertebral de la banca mundial, ante la debacle a la que se aproximaba el sistema internacional de pagos. Ahora, un año más tarde, las aguas están en proceso de volver a su cauce, aunque la opinión mayoritaria entre políticos y analistas es que aún queda bastante por penar.

Es evidente que hay un buen puñado de datos que muestran que la fase más aguda de la crisis ha pasado. Y no sólo tomando en cuenta las estimaciones a corto y medio plazo de los grandes organismos mundiales (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo u OCDE, entre otras). También hay datos de la economía real que lo refrendan: Estados Unidos ha frenado la caída a plomo de los precios de la vivienda; las exportaciones de Alemania, Francia y Japón están empezando a recobrar el pulso y, muy especialmente, China está creciendo a un ritmo que ronda un espectacular 8%.

Es decir, brotes verdes, haberlos, haylos. El problema es calibrar la consistencia, la fortaleza de esos primeros síntomas de recuperación. De hecho, los economistas están repasando el abecedario de la A a la Z para escrutar las distintas posibilidades, los distintos ritmos de esa mejora. Casi nadie apuesta por la V (recuperación a máxima velocidad) y hay más partidarios de la W (recuperación-caída-recuperación), de la U (recuperación más lenta), e incluso una L (una peligrosa parálisis en el fondo de la crisis. Hasta hay quien habla de una figura en forma del símbolo de raíz cuadrada, es decir con una recuperación más o menos rápida, pero sin alcanzar el nivel de crecimiento precrisis.

Sea cual sea la letra que plasme la recuperación y el tiempo que tarde en dibujarse, lo indiscutible es que está llegando la hora de sacar conclusiones y tomar medidas para evitar que se vuelvan a cometer lo errores que han provocado dos años de empantanamiento de la economía mundial.

Y el escenario para afrontar este reto ya está montado: la cumbre que los líderes de los mayores países del mundo van a celebrar los próximos 24 y 25 de septiembre en Pittsburgh. De momento, la agenda que se está construyendo en torno a ese encuentro es esperanzadora: el nuevo orden financiero mundial, el estricto control sobre los bonus de los ejecutivos de la banca y la necesidad de dar continuidad o no a los estímulos públicos para apoyar la reactivación. Entre estos asuntos, importantes todos, el que se antoja más urgente y necesario es, sin duda, el de establecer orden en el sistema financiero. Algo extremadamente complejo. Aunque las primeras propuestas para el debate apuntan en la buena dirección. Los bancos centrales ya se han mostrado a favor de modificar la legislación de tal manera que se incremente la calidad del capital de las entidades financieras y que se incorporen unas reservas de capital añadidas a las actuales que actúen con carácter anticíclico. Con ello se blindaría la solidez del balance de las entidades. Pero los bancos centrales van más allá y quieren atacar otros dos agentes perversos para el sistema: la falta de liquidez y el excesivo apalancamiento. Un mínimo obligatorio para la liquidez y un máximo no superable para el apalancamiento son las medicinas recetadas por los supervisores.

Llega, pues, la hora de la política y de los políticos. En la cumbre de Pittsburgh han de poner los cimientos de un nuevo orden económico y financiero y tienen la obligación de acertar con las medidas que prevengan de fallas como las que nos han arrojado a la mayor crisis desde la Gran Depresión. Aunque han de hacerlo sin perder de vista que la recuperación aún anda balbuceando. El inexorable deterioro del mercado laboral, la agobiante falta de financiación y el excesivo apalancamiento todavía están pasando factura a la economía mundial. Sería imperdonable no ser capaces de extraer lecciones de la quiebra de Lehman Brothers.

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