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Tribuna
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Más Europa, más Empresa

Si algo se deduce con claridad de la crisis económica por la que atraviesa la Unión Europea (UE), es que la solución pasa, entre otras cosas, por más Europa y más Empresa. Dos E mayúsculas que, unidas, deben dar resultados muy significativos, para hacer frente no sólo a un mundo económico globalizado, sino a un mundo político en vía rápida de globalización. Sirva como ejemplo el cada vez mayor peso del G-20 frente al G-8, o las cada vez mayores inversiones de los países emergentes, en los países desarrollados. Este es el marco en el que los europeos hemos de saber organizarnos para que nuestros intereses estén mejor representados en el plano multilateral. Para ello, insisto, se necesita más Europa y más Empresa.

Más Europa, quiere decir más integración, más actuaciones como europeos, que como españoles, franceses, británicos o eslovenos. Hay que aprovechar todo el potencial que ofrece disponer de un espacio de actuación compuesto por más de 500 millones de habitantes que, con todos sus defectos, nos permite afrontar los problemas con la masa crítica adecuada a la realidad de la globalización. Es por eso por lo que el Mercado æscaron;nico europeo no debería ser visto por las empresas españolas (ni francesas, ni británicas, ni italianas, etcétera) como internacional, sino como doméstico.

Más Empresa, significa más iniciativa, más dinamismo, mayor desarrollo de las capacidades para enfrentarse a situaciones complejas, más creación de riqueza y, desde luego, más empleo. Más Empresa, también ha de significar precisamente eso, Empresa y empresarios. Desde que en el verano de 2007 empezaron a detectarse las llamadas "turbulencias" en los mercados financieros internacionales y hasta el momento presente, hemos aprendido mucho de lo que no debe hacerse y, a sensu contrario, de lo que es conveniente llevar a cabo.

En un mundo globalizado, donde las interconexiones entre países son cada día mayores, es inevitable que lo que hoy ocurre en Washington tenga repercusión "un minuto" más tarde en Tokio o en Ciudad del Cabo. En el caso de la UE, dichas interconexiones se multiplican. La mayoría de sus Estados miembros tienen una política monetaria común, con la sincronización que ello conlleva. Además, debido a la existencia del Mercado æscaron;nico europeo, una gran parte de los intercambios comerciales de los países de la UE se hacen con otros países de la propia UE, existiendo lo que los estadísticos llamarían una altísima correlación positiva entre ellos.

En este contexto, es posible una salida de la crisis, pero dirigida y coordinada desde Europa. Se necesita un proyecto claro y concreto a nivel europeo, debemos construir una visión estratégica común que nos permita, no sólo salir de esta crisis, sino afrontar de manera satisfactoria el mundo que nos encontremos después de la misma.

Para ello, necesitamos un mercado no más regulado, sino mejor regulado. Un mercado dotado de unos mecanismos eficaces de supervisión y detección de anomalías, capaces de descubrir a tiempo que algo no funciona antes de que sea irremediable o sus consecuencias tengan efectos propios de un tsunami devastador.

El Estado debe ejercer su papel, no como sustituto de las empresas, sino como garante de un marco de actuación favorable para las mismas. Nadie mejor que la empresa nos puede brindar la solución para, primero, salir de la crisis y, segundo, llevarnos por la senda del crecimiento económico sostenible a largo plazo. Es necesario apoyar y estimular la actividad empresarial. Para ello, la Unión Europea debe establecer un marco regulatorio que, en vez de poner trabas, facilite la vida a las empresas.

Es fundamental crear una cultura que favorezca emprender, lo cual lleva inherente la asunción de riesgos. La creación de una cultura del riesgo sólo podrá conseguirse si se empieza desde abajo, es decir, desde las escuelas. Igual que, en el colegio, se les enseña a los niños las distintas administraciones públicas, los diferentes países del mundo, el Teorema de Pitágoras o incluso, en el caso español, las peculiaridades milimétricas de sus autonomías, también seria necesario enseñarles que es la empresa, como una realidad que no podemos obviar. Para ello, desde la educación primaria y secundaría, deben impartirse unos conocimientos generales sobre la empresa y el espíritu empresarial. Hay que inculcar, precozmente, que con la iniciativa individual se puede tener tanto o más éxito que dependiendo de las de otros, es decir que existen alternativas al trabajo asalariado.

Es igualmente importante que la UE se dote de unas reglas del juego estables que aumenten la competitividad de nuestras empresas, fomentando la libre competencia, eliminando obstáculos y distorsiones al Mercado æscaron;nico, y permitiendo afrontar los retos derivados de la globalización, en un entorno en el que las instituciones de la Unión Europea no sean burocráticas, sino dinámicas a la hora de tomar decisiones.

La prudencia debe inspirar los aumentos del gasto público. Una crisis económica no debe ser una excusa para malgastar el dinero, llevándonos a una situación de sobreendeudamiento que, sin duda, nos ataría las manos en un futuro. El Estado debe actuar con el mismo rigor y eficacia que cualquier empresa, clasificando los proyectos públicos conforme a sus retornos sociales y, desde luego económicos.

Si el Estado se endeuda por encima de sus posibilidades, es evidente que tendrá que aumentar la presión fiscal para poder financiar el déficit. Esto sería un claro desincentivo a la actividad empresarial, con consecuencias fácilmente imaginables: desaparición de empresas ya existentes y menor creación de nuevas empresas, lo cual llevaría a una reducción en la competencia, implicando, a su vez, una reducción en las inversiones para hacer frente a la misma. Una bajada en la competencia lleva también aparejada un aumento de los precios. A lo que habría que añadirle que, al reducirse el número de empresas operando en el mercado, se produciría una destrucción de empleo y decrecimiento en la producción.

En este contexto, es muy importante estimular desde los gobiernos la creación de nuevas empresas. Solo así se generarán puestos de trabajo que frenen el creciente desempleo, el cuál se espera que siga aumentando en la UE en 2010.

Por último, nos inquieta el fenómeno del cambio climático. En este sentido, las empresas deben ocupar un lugar destacado dentro de la lucha contra el mismo. Hay que tener presente que para combatir el cambio climático, necesitamos nuevas tecnologías menos contaminantes y que las inversiones y el desarrollo de las mismas sólo pueden tener lugar en la empresa. Por lo tanto, las empresas deben ser consideradas como parte fundamental de la solución, y no del problema medioambiental. Además, la responsabilidad de la lucha contra el cambio climático es de todos, no sólo de las empresas. Por ello, es vital alcanzar un acuerdo global que garantice que las empresas europeas ejerzan su actividad en un plano de igualdad internacional, es decir, que no pierdan competitividad, y, por otro lado, no haga que los esfuerzos sean vanos, ya que, al ser el medioambiente un fenómeno global, de poco sirve que unos cuantos países actúen de manera responsable, mientras otros contaminan sin cortapisas. Asimismo, hay que implicar al ciudadano para que asuma su responsabilidad con el medioambiente y, desde luego, hay que desarrollar un nuevo equilibrio energético más competitivo, menos dependiente y más sostenible, en el que se consideren todas las fuentes de energía, incluida la nuclear.

En definitiva, la solución a los problemas económicos que venimos padeciendo en la UE tiene que tener dos ingredientes fundamentales: más Europa y más empresa.

Más Europa. Es esencial que todos los miembros de la Unión Europea se den cuenta de la importancia de actuar conjuntamente, como si de un solo país se tratara. Muy pronto España asumirá la Presidencia de la UE. Es una oportunidad única para demostrar nuestra capacidad de liderazgo y nuestra eficacia a la hora de impulsar decisiones que nos hagan más fuertes tras la salida de la crisis. Más Empresa. Los gobiernos deben facilitarle a la empresa el papel central que le corresponde como generadoras de empleo, riqueza, crecimiento económico y desarrollo tecnológico. No conviene olvidar que los gobiernos no pueden hacer que una empresa triunfe, pero sí pueden hacer que le sea difícil triunfar.

Como el recientemente fallecido Robert McNamara recoge en sus memorias, el mundo es un lugar demasiado complejo como para dirigirlo con herramientas de planificación centralizada. Por ello, no debe sorprendernos que todos los planes públicos hayan sido sistemáticamente superados por los mercados descentralizados. Si no aprendemos está lección del pasado, estaremos condenados al fracaso en el futuro.

José Isaías Rodríguez. Director de la delegación de CEOE en Bruselas

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