De euforias, confianzas y uebos
La Bolsa española llega al paréntesis estival en estado de euforia. En lo que va de año, el índice que recoge la evolución bursátil de las mayores empresas españolas ha ganando prácticamente un 20%, porcentaje que se dispara hasta el 60% si se toman como referencia los mínimos registrados hace tan sólo cuatro meses. Es decir, el parqué español, que sube con más fuerza que el resto de las grandes plazas pero con menos que la mayoría de las emergentes, se está paseando por los niveles previos a la quiebra de Lehman Brothers, momento que se ha convertido en el gran hito de la actual crisis económica y financiera.
Pero tras los hechos se refugian las preguntas. ¿Qué se esconde tras estas aceleradas revalorizaciones de los mercados? ¿Tienen bases sólidas y recorrido? ¿Son la luz al final del túnel? Evidentemente, nadie tiene una respuesta clara a estas interrogantes, aunque los analistas aconsejan máxima prudencia y no descartan sobresaltos en los mercados en los próximos meses.
En el caso concreto de España, hacen especial hincapié en un dato: el repunte se está produciendo con un volumen de negocio bajo respecto a otros rebotes alcistas. Eso significa que los grandes intermediarios pueden mover el mercado con especial facilidad y que la confianza en el rebote no ha calado aún en la gran masa de inversores. Al margen de esta consideración, lo que parece evidente es que el fuerte tirón de los últimos meses viene de la mano de la percepción de que determinados valores estaban clarísimamente infravalorados y de que los resultados de una buena parte de las grandes empresas estadounidenses, especialmente las ligadas al negocio financiero, se han comportado mejor de lo esperado. Un efecto que tiene su plus en el caso español debido a la solidez de las cuentas presentadas por los blue chips nacionales, caso de Telefónica, Santander o BBVA. Los tres están capeando de forma impecable la crisis y reeditando la buena fama mundial que los gestores españoles se han ido labrando en las dos últimas décadas.
No obstante, y a pesar de que el consenso de los analistas apunta a una mejora de los resultados empresariales ya en 2010, sería un craso error empezar a lanzar al vuelo las campanas de la recuperación. Es cierto que Estados Unidos, cuya mejora marcará sin duda el punto de inflexión de la crisis, está empezando a emitir señales positivas, como el dato de PIB del viernes, y que su presidente, Barack Obama, está aprovechando cualquier ocasión para lanzar mensajes de confianza. Pero no lo es menos que a cada uno de esos síntomas le sigue algún otro que enfría las expectativas. En este escenario de indicios contradictorios no cabe echar en saco roto las buenas noticias que provienen de los países emergentes, si podemos seguir considerando así a China o Brasil, por ejemplo; como tampoco cabe hacerlo con el lento y costoso despertar de las grandes economías europeas. En España, la situación la definía muy gráficamente hace unos días la fundación de las cajas de ahorros, Funcas: "La economía española ya no está en caída libre, cae en paracaídas". Un diagnóstico confirmado el pasado jueves por el Banco de España, que pronostica un descenso del 0,9% en el segundo trimestre del año, cuando en el primero la bajada fue del 1,9%.
Pero la clave de la mejora, del inicio de la recuperación, sigue estando en que el ciudadano recobre la confianza y en que el sistema financiero vuelva a bombear liquidez al sistema productivo. Y para que ello ocurra se necesita que el horizonte se despeje. A nivel internacional, es necesario que las grandes palabras de las cumbres de Washington y Londres empiecen a traducirse en hechos, empezando por concretar qué es eso del nuevo orden financiero. A nivel nacional, es absolutamente vital que los grandes partidos, amén de los agentes sociales, aparquen sus planes cortoplacistas y de presunto rédito inmediato y aúnen esfuerzos para frenar la hemorragia de desempleo que se avecina en el tramo final del año y para poner en marcha el tan ansiado cambio de modelo productivo que evite estos toboganes sin sentido por los que se desliza a la economía española.
Por uebos (sin hache y con be), es decir, por necesidad.